Por Roberto Vola-Luhrs.
Licenciado en Recursos Humanos, Doctor en Ciencias Políticas. CoFundador de Voyer International. Académico en distintas universidades de Latinoamerica. Autor del libro "Lo que sobra es el talento".
Hoy son esos días en que quisiera ser un sociólogo o psicólogo o al menos saber mucho sobre ambas disciplinas para poder escribir con más propiedad sobre lo que estoy pensando. Permítanme entonces, desde mis limitaciones que reconozco, compartir con ustedes mis reflexiones.
Generalmente se percibe al envejecimiento como un deterioro mental y físico. Mientras esto no es percibido por el individuo o su entorno, no se es “viejo”. Pero en realidad pienso que el envejecimiento es un proceso complejo que produce, normalmente, una situación de abandono y discriminación. Una de las formas de mantener el vigor físico e intelectual es trabajando. El trabajo es un espacio donde se produce el desarrollo de las personas en un espiral sin fin y representa, culturalmente, la forma natural de inserción y permanencia social. El trabajo nos da un reconocimiento de la sociedad que nos hace mantener viva la llama sagrada de la vida.
Pero sobre lo que quiero escribir es sobre el trabajo de los niños y no sobre la vejez y el trabajo. Ya ven, me cuesta abordar el tema. Porque así como el trabajo en la vejez se lo relaciona con la salud, el trabajo en la niñez se lo relaciona con la ilegalidad y la explotación.
¿Puede haber otra mirada? Para tener más libertad me referiré al “trabajo y la familia” y no al “trabajo y la niñez”. Entonces, reflexionaré sobre familia, niñez y trabajo no desde el sistema productivo-laboral sino desde la formación, educación y valores.
El trabajo, per se, impone:
• Un tiempo estructurado donde se determinan la actividad y el descanso
• Es una experiencia compartida, con respeto a las jerarquías
• Se lo vincula con metas, logros y fracasos
• Hay una superación del yo como centro, donde uno y los otros moldean la solidaridad como valor fundamental del conjunto
• Fortalece la identidad de la persona y la motiva a superarse
• Requiere habitualidad y la disciplina, la constancia y la paciencia son valores que tallan el temple del individuo
En la convención sobre los derechos del niño, los Estados partes le reconocen “el estar protegido contra la explotación económica y contra el desempeño de cualquier trabajo que pueda ser peligroso o entorpezca su educación, o que sea nocivo para la salud o para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral o social "…
Dicho esto, podríamos afirmar que los niños pueden trabajar si no se les produce un perjuicio o cómo parte de su educación y formación moral. Permítanme, entonces, narrar o contarles algo sobre mi vida:
… en las vacaciones del verano del 66-67, antes de comenzar mi último año en la escuela primaria, cuando aún no había cumplido mis doce años, tuve mi primera “experiencia laboral”. Mi madre se preocupaba y tomaba la cabeza al pensar que yo tendría por delante 3 meses para vagar por las calles con mis amigos o jugar al futbol en canchas improvisadas. Fue mi tío Alberto quien le ofreció a ella “emplearme” en su farmacia. De niño revoltoso, indisciplinado y caprichoso, ese verano me transformé en un jovencito respetuoso, dedicado, disciplinado y responsable de mis obligaciones. A la hora de la siesta, me encontraba con amigos, pero a las 4 de la tarde corría a asearme para estar presentable en la farmacia. Pensaba en graduarme, cuando sea grande, de farmacéutico… “con todo lo que he aprendido, me será fácil”, sentenciaba. Mi tío se había transformado, para mí, en un jefe, referente y modelo
Tuve cada fin de mes mi paga. Un dineral con el que podía aspirar a comprar ese pantalón Lee que tanto deseaba o los mocasines tan “aspiracionales” de Guido
Cuando comencé la secundaria, me “independicé”. Fui jardinero: cortaba pasto, podaba árboles y mataba hormigas cada sábado. Guardaba parte del dinero y con el resto compraba mis LP´s (Long Plays) favoritos. Sentía la suficiencia al no tener que pedirle a mis padres dinero para mis gustos y gastos. También tomé en algunos períodos el trabajo de diariero en el quiosco del andén de la Estación donde, además de recibir una paga, podía leer gratis todas las revistas que me interesaban.
Fui un estudiante que trabajó durante su carrera universitaria, me gradué y luego doctoré. ¿Cómo no defender el trabajo del niño en el seno familiar o de contención que pueden brindarle amigos o familiares? ¿Cómo decir lo que digo sin que se mal interprete mi defensa del niño en su formación en educación y valores?
Yo no fui, en aquellos tiempos, una excepción en mi entorno, sino uno más. Fuimos hijos del esfuerzo. Tuve amigos que ayudaban a sus padres en el comercio que ellos tenían, en el reparto a domicilio, a las madres costureras cortando hilos para una mejor terminación de cada prenda, en el bar lavando copas, en las tareas de mantenimiento de plomeros o electricistas, en tareas rurales en la época de la siega, etc. Todos ellos lo hacían dentro de lo que el trabajo exige: habitualidad, disciplina, orden, dedicación, esfuerzo, cumplimientos de pautas, etc. No se trataba de ayudar una vez o cuando se quisiera. No. Se trataba de asumir responsabilidades, de tener metas, logros y reconocimientos.
Todos éramos niños y se nos exigía desde ese lugar. No podía haber confusión. El esfuerzo era grande, muy grande, pero justo a la medida de la edad que teníamos. Así, nos fuimos forjando. Así fuimos creciendo y haciéndonos hombres y mujeres con un destino, integrados socialmente, respetados y respetuosos. El trabajo es la mejor terapia, y es el complemento perfecto de la escuela. Seguramente no tengo autoridad académica para decir lo que digo, por ello lo hago desde mi propia experiencia de vida, que hoy comparto con ustedes.
El deporte hecho en forma esporádica, sin esfuerzo ni metas, puede hasta resultar nocivo para la salud o al menos no es tan provechoso como la práctica de la actividad física regular. Realizado así, sí es una forma de prevención de enfermedades crónico-degenerativas. ¿No será acaso el trabajo, de la manera en que lo viví, una forma de prevención de enfermedades “sociales-degenerativas”? ¿Qué pasaría si se adoptara el rito del trabajo familiar del niño? Déjenme aventurar: se pondría el énfasis en la construcción de una identidad sana y vigorosa para afrontar los desafíos mayores que la vida nos tiene deparados.
La niñez es la etapa fundamental, junto con la época de la juventud, de las grandes definiciones a nivel afectivo, sexual, intelectual y físico, motor de las motivaciones y valores fundacionales de la identidad social. Es la preparación para asumir el rol pleno de adulto donde el trabajo será la dignificación de ese ser humano y la aceptación de dádiva la peor de las miserias.
El trabajo, a temprana edad, es como carpir y abonar la tierra antes de sembrar. El joven que trabaja, estudia, hace deporte y se divierte gana en autoestima y confianza insertándose en la sociedad sin violencia, porque ha aprendido a querer y ser querido.