AGOSTO 2025

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domingo, 23 de marzo de 2025

TECNOLOGÍA: MOTOR DE LA HUMANIDAD

 

Por Guillermo Ceballos Serra

La tecnología ha sido, desde los albores de la civilización, el gran motor del progreso humano. No es solo un conjunto de herramientas o inventos, sino la fuerza impulsora que ha permitido a nuestra especie trascender sus limitaciones naturales y transformar el mundo que la rodea. A través de la innovación, hemos conquistado territorios, superado enfermedades, expandido nuestro conocimiento y redefinido nuestra forma de vivir. En este recorrido, la tecnología no solo ha sido un reflejo de nuestra creatividad y necesidad de adaptación, sino también un factor clave en la evolución de nuestras sociedades.

Imaginen por un momento que despiertan en un mundo sin tecnología. No hay luz eléctrica, no hay teléfonos, no hay internet. No hay automóviles ni aviones. Incluso el concepto de escritura, una de las primeras tecnologías humanas, no existe. Estamos de vuelta en un tiempo en el que la única forma de transmitir conocimiento es de boca en boca, y donde la supervivencia depende exclusivamente de la fuerza física y la adaptación al entorno.

Suena imposible, ¿verdad? Y, sin embargo, hace miles de años, la vida era así. La historia de la humanidad es la historia de la tecnología. Desde que un grupo de nuestros ancestros aprendió a usar herramientas de piedra, cada avance ha sido un peldaño en la escalera del progreso. Hemos domesticado el fuego, creado la rueda, construido civilizaciones y, en el proceso, hemos redefinido constantemente lo que significa ser humano.

Pero ¿qué es realmente la tecnología? 

Muchas veces pensamos en ella como algo moderno, como computadoras, robots o inteligencia artificial. Sin embargo, la tecnología no es solo lo digital. Es cualquier aplicación del conocimiento para resolver problemas y mejorar nuestras vidas. Desde las herramientas más simples hasta los sistemas más complejos, la tecnología es el puente entre la imaginación y la realidad, entre la necesidad y la solución.

La tecnología no es solo algo que creamos; es algo que nos transforma. Nos da nuevas formas de comunicarnos, de entender el mundo y de extender nuestras capacidades más allá de nuestros propios límites físicos e intelectuales. Cada avance tecnológico cambia nuestra forma de vivir, de trabajar y de relacionarnos, generando nuevas oportunidades, pero también nuevos desafíos.

A lo largo de la historia, la tecnología ha generado visiones opuestas sobre su impacto en la humanidad. Los tecno-utópicos creen que el avance tecnológico resolverá todos los problemas sociales y económicos, llevando a una era de abundancia y bienestar sin precedentes. En el otro extremo, los tecno-pesimistas advierten sobre los peligros del progreso descontrolado, desde la automatización que desplaza empleos hasta la inteligencia artificial que podría escapar de nuestro control. Entre ambos extremos, los tecno-optimistas reconocemos los desafíos, pero confiamos en la capacidad humana para dirigir la tecnología de manera responsable y aprovechar su potencial para mejorar la vida de las personas.

En este contexto de cambio constante, surge una pregunta clave: ¿quién es responsable de capacitar a los trabajadores para mantenerse al día con la evolución tecnológica? La respuesta no es única. Por un lado, las empresas tienen el deber de invertir en la formación de sus empleados, no solo para aumentar su productividad, sino porque su propia supervivencia depende de ello. En un mundo donde la tecnología redefine constantemente los modelos de negocio, las organizaciones que no capaciten a su gente quedarán rezagadas frente a aquellas que sí lo hagan. Sin embargo, también recae en cada uno de nosotros la responsabilidad de mantenernos actualizados y desarrollar nuevas habilidades. En un entorno laboral en constante transformación, la empleabilidad ya no depende solo de lo que sabemos hoy, sino de nuestra capacidad de aprender y reinventarnos continuamente. 

Este concepto, conocido como learnability o capacidad de aprendizaje, se ha convertido en una de las competencias más valoradas en el mercado laboral. No se trata solo de acumular conocimientos, sino de ser capaces de adaptarnos rápidamente a los cambios y adquirir nuevas habilidades según lo requiera el contexto. La educación no termina con un diploma; se convierte en un proceso vitalicio

Hoy tenemos la suerte de explorar este universo fascinante, entendiendo cómo la tecnología ha evolucionado a lo largo del tiempo y cómo se divide en diferentes categorías que impactan nuestra vida cotidiana. Desde la tecnología médica que salva vidas hasta la biotecnología que revoluciona la agricultura, desde la inteligencia artificial que transforma la economía hasta la exploración espacial que nos lleva más allá de nuestro planeta, veremos cómo cada una de estas áreas nos ha traído hasta aquí y nos llevará al futuro.

La tecnología es mucho más que herramientas y dispositivos; es la manifestación del ingenio humano. Y la gran pregunta que debemos hacernos no es solo qué podemos crear, sino qué queremos lograr con ello. Porque, al final, la tecnología no define quiénes somos… somos nosotros quienes definimos lo que la tecnología puede llegar a ser.


viernes, 27 de diciembre de 2024

NOTICIAS Y LECTORES: UNA EVOLUCIÓN CONVERGENTE

 


Por Guillermo Ceballos Serra

Hace par de meses, tomé una decisión que marcó el final de una era personal: cancelé la compra del diario en papel y me suscribí a su versión digital. Lo que parecía un simple cambio práctico —dejar de abrir la puerta cada mañana para recibir el diario a tenerlo al instante en todo momento en mi tablet— terminó siendo la chispa que me llevó a reflexionar sobre cómo algo aparentemente tan sencillo, me hizo cambiar un hábito profundamente arraigado y a vivenciar algo que ya sabía, no solo se transforman las empresas para adaptarse a la era digital; también nosotros, los usuarios, nos reinventamos en la manera en que consumimos el producto o servicio, en este caso concreto, la información.

Cuando tenía 9 o 10 años, los fines de semana en casa eran una suerte de competencia silenciosa. Mi padre, un lector voraz, solía quedarse con el diario antes de que yo pudiera siquiera rozarlo. Esto me llevó a diseñar un plan maestro: despertarme antes que él para disfrutar del suplemento deportivo de La Nación. Esa estrategia implicaba madrugones inusuales para un niño, pero el esfuerzo valía la pena por el placer de hojear esas páginas llenas de información fresca y relatos deportivos que alimentaban mi imaginación.

Hoy, varias décadas después, mi relación con el decano de los diarios argentinos ha cambiado tanto como el propio diario. Lo que alguna vez fue un producto exclusivamente de papel ahora incluye una versión digital, un canal de cable La Nación +, el grupo de afinidad Club La Nación, la Fundación La Nación y la reciente La Nación Música en FM. Mis hábitos de lectura también han evolucionado: soy un lector digital del periódico que consume noticias en una tablet. 

Lo interesante en este proceso de evolución es que, desde el lanzamiento de las versiones digitales de La Nación en 1995, Clarín en 1996, Facebook en 2004, Twitter en 2006 y las alertas de otras redes sociales y aplicaciones, conocemos las noticias antes de que aparezcan en los diarios de papel. Es cierto que abundan las noticias falsas, especialmente en las redes sociales, pero también es verdad que muchas son precisas y se publican inmediatamente porque no tienen que pasar por los procesos internos de validación de los medios.

Hábito, formato y paradigma.

Esta transformación no es solo un cambio de formato; es también un cambio de hábito. Antes, el diario era un ritual matutino que acompañaba el desayuno, una práctica que comenzó con mi padre y continuó con mi esposa, aunque en este caso no hay competencia, cada uno cuenta con su propio dispositivo e intercambiamos comentarios sobre distintos temas. También es cierto que este clásico ritual ha sido sustituido por una continua suerte de zapping informativo, donde las noticias saltan de la pantalla de la Tablet, del teléfono o del reloj inteligente.

Sin embargo, la lectura digital no solo cambia cómo accedemos a la información, sino también cómo interactuamos con ella. Conocemos las opiniones de otros lectores en tiempo real e incluso compartimos nuestras propias reflexiones en foros y comentarios. A pesar de estas innovaciones, hay algo profundamente nostálgico al recordar aquellos días en los que una página mal cortada o una mancha de tinta formaban parte de la experiencia de lectura.

También existen implicancias económicas. La suscripción a la versión impresa representa un desembolso considerablemente mayor debido a los costos de impresión y distribución. En cambio, la versión digital ofrece acceso a un precio más accesible y con servicios adicionales, como el club de afinidad. No obstante, este ahorro viene con desafíos: adaptarse a leer en pantalla, afrontar distracciones provenientes de otras aplicaciones y aprender a disfrutar la información en un formato completamente distinto.

El futuro: entre lo inmersivo y lo disruptivo.

El impacto de esta evolución afecta a usuarios, como a las organizaciones. Los diarios tradicionales han tenido que reinventarse para mantenerse relevantes, enfrentándose a una audiencia que busca inmediatez, personalización y experiencias innovadoras. Esta transición al ámbito digital es una aventura que exige creatividad y constante adaptación.

¿Cómo evolucionará este escenario? Es difícil preverlo, los cambios son exponenciales. Diarios que nacen digitales no escapan a la necesidad de transformase continuamente. Tal vez en el futuro tengamos diarios personalizados que empleen inteligencia artificial para generar titulares únicos basados en nuestros intereses, migrando de grandes a audiencias a numerosas comunidades de interés específico. Quizás el concepto de “diario” se transforme por completo, dando lugar a experiencias inmersivas como realidad virtual que nos “transporten” a los hechos, o dispositivos holográficos que proyecten resúmenes informativos. Incluso podríamos imaginar asistentes de voz que narren las noticias ajustándose a nuestro estado de ánimo o dispositivos inteligentes que sugieran contenido según nuestro contexto emocional. 

Lo cierto es que la tecnología seguirá desafiando nuestra forma de consumir información, moldeando hábitos de lectura y redefiniendo nuestras expectativas como usuarios. Más allá de los avances técnicos, esta aventura hacia lo digital es también una invitación a reflexionar sobre cómo interactuamos con el conocimiento, cómo construimos conexiones con los demás y en última instancia, cómo redescubrimos nuestra relación con el tiempo y la información en una era marcada por la inmediatez. En síntesis, no es solo una cuestión de tecnología; es una cuestión de cómo reinventamos nuestras formas de conectar con el mundo y sobre todo con nosotros mismos.

Aunque mi padre nunca llegó a vivir esta transformación, estoy convencido de que hubiera encontrado fascinante la posibilidad de adaptar las letras al tamaño perfecto con un simple movimiento manual en la pantalla. Imagino su asombro al tener un universo de información a su alcance en cuestión de segundos, aunque probablemente hubiera mantenido su ritual de lectura con la misma calma y profundidad de siempre, recordándonos que, en el fondo, lo esencial de la lectura siempre trasciende el formato.