Por Pablo Mendez Shiff. Periodista freelance que escribe en medios de comunicación, nacionales e internacionales en inglés y español.
La periodista Maia Debowicz asegura que la historia
del extraterrestre no pierde vigencia porque trata un tema universal, "ser
el diferente, no encajar en la sociedad".
Como Los Autos Locos o El
Chavo del 8, ALF es uno de esos consumos culturales
asociados a la infancia que se mantienen vigentes tras décadas de haber sido
estrenados y que parecen dar pie a un enorme caudal de referencias y recuerdos
a pesar de que en realidad tuvieron una duración acotada.
En el caso de la historia del alienígena nacido y
criado en el planeta Melmac que cayó por accidente en la
Tierra, tuvo solamente 102 episodios distribuidos a lo largo
de cuatro temporadas. El 22 de septiembre se cumplieron 35
años del estreno de una historia que, más allá de los avances
tecnológicos que se fueron dando en la industria audiovisual, todavía tiene
cosas para decir.
Estrenada en 1986 en la cadena NBC de Estados Unidos y
cancelada el 24 de marzo de 1990, ALF llegó a
la Argentina recién en 1988. ALF debe su nombre en inglés a
"Alien Life Form” (Forma de vida Extraterrestre en español o
Amorfismo Lejano Fantástico”, como quisieron adaptarlo). Pronto, se
convirtió en uno de los programas más queridos y recordados por las audiencias.
Son muchos los argentinos que aún hoy recuerdan el
famoso latiguillo de “No hay problema” y sus huellas se pueden
ver desde la profundidad de los temas que tocó hasta en la propia industria
televisiva local. No se podría pensar, por ejemplo, en la historia de Dibu (Mi
familia es un Dibujo, Patagonik/Telefe, 1996) sin reconocer la influencia
de la serie creada diez años antes por Paul Fusco y Tom Patchett.
Así como las telenovelas derivaron de las radionovelas
y estas a su vez del folletín, el origen de ALF tiene que
ver con el teatro de marionetas, con ET de Steven
Spielberg con Los Muppets y con las sitcoms norteamericanas.
El humor con el que la serie abordó temas como la soledad, la
incomprensión y el duelo en un formato apto para todo público sobrevivió
en programas animados como Los Simpsons y Padre de
Familia.
Regalo del cielo
Las cosas parecían andar bien en el
planeta Melmac, un lugar lleno de criaturas de pelo largo y tupido,
hasta que a todos sus habitantes se les ocurrió conectar sus secadores en el
mismo instante y generaron un cortocircuito letal.
Melmac estalló en mil pedazos y solo unos pocos lograron escapar a bordo de
naves espaciales. Uno de ellos fue ALF, que en realidad se
llamaba Gordon Shumway y fue rebautizado de esa manera por Willie, el
padre de su nueva familia, su familia humana, que lo cobijó en el
garaje (y sobre todo en la cocina) de su casa suburbana en Estados
Unidos.
Había amor y contención, sí, pero también ocultamiento
y miedo a la amenaza del afuera, a las reacciones que podrían tener los
vecinos o familiares al encontrarse con una criatura que venía literalmente de
otro planeta.
La criatura extraterrestre de 230 años y ocho
estómagos se incorporó a la familia tipo de los Tanner de
una manera que obligó a que todos cedieran un poco para aprender del otro.
ALF tuvo que aprender que en la Tierra no podía seguir devorando su
plato favorito, los gatos, y así pudo trabajar en una relación de
amistad con el gato de los Tanner, Suertudo.
Los humanos, por su parte, recibieron consejos y
lecciones del nuevo integrante que tenía muchas cosas de adulto y muchas cosas
de niño; era como un adolescente con dos siglos de experiencia sobre sus
hombros peludos.
La adaptación a escenarios nuevos, el miedo a la
soledad, la discriminación a los que son diferentes a la mayoría son algunos de
los temas que se abordaron en la serie desde el humor y la ciencia ficción en
clave familiar.
ALF logró
abarcar una serie de asuntos sensibles sin caer nunca en la pedantería de
levantar el dedo para bajar línea: he ahí una de las claves de su éxito
imperecedero.
Para Maia Debowicz, periodista y autora
del libro Costumbres de otro planeta (Indie Libros, 2020), el
universo de ALF “sigue y seguirá vigente porque trata un tema universal: ser el
diferente, no encajar en la sociedad”.
“Esa premisa puede ser interpretada de mil maneras más
allá de que ALF sea un extraterrestre, desde una mirada sobre la
inmigración o, sin dudas, con identidad queer. El señalado, quien se
tiene que esconder, aquel que es considerado un monstruo o una amenaza para la
supuesta normalidad. El peso queer de ALF no reside solamente en que el
protagonista de la serie es un monstruo sino en que el show transmite
desde la primera temporada que la familia se elige”, le dice la autora
a Clarin.
Se puede decir que de alguna manera ALF fue
parte de la familia de Debowicz desde que se encontró por
casualidad con un capítulo de la serie en su televisor de 24 pulgadas. Maia
tenía seis años cuando vio en ese ser alienígena a un aliado, a alguien
que le mostraba que no había nada malo en no acoplarse a la norma.
Por esa época, su cuerpo estaba recubierto de pelos
como consecuencia de un tratamiento hormonal para frenar un crecimiento
acelerado. Eso, sentía, la hermanaba con ALF de una manera
insondable, casi personal.
“Conocer al personaje me hizo sentir menos sola, ya no
era la excepción porque había un otro que tenía problemas parecidos a los míos.
El sentimiento de soledad es ajeno al lugar de origen, también a la especie.
Por eso ALF nos atravesó como un rayo a tantos de nosotros”,
cuenta.
A partir de esa fascinación infantil y desde la mirada
adulta de una especialista es que Debowicz analiza ahora el
valor de la serie como una historia que colaboró para dar un mensaje de
inclusión y diversidad.
La serie, además, se involucró en temas espinosos para
la sociedad norteamericana como la pobreza y la austeridad de la presidencia
de Ronald Reagan durante la que fue emitida. “ALF retrata
el desempleo que había en Estados Unidos a mediados de los '80, las personas
que vivían en la calle y las dificultades para llegar a fin de mes. La familia
Tanner habla constantemente de dinero, de cómo ajustarse. La economía
estadounidense es un conflicto permanente en el show”, apunta Debowicz.
Esta también puede ser una pista para entender el
arraigo del programa en la audiencia argentina. Acostumbrados a oscilar entre
crisis económicas, las penurias de la familia Tanner no nos resultan tan
ajenas.
Todo concluye al fin
A pesar de haber logrado construir un universo
narrativo tan amplio como sólido, el proyecto de ALF terminó
en marzo de 1990. La cadena NBC resolvió cancelar la historia al finalizar la
cuarta temporada principalmente por temas presupuestarios. “Se
canceló porque era un show muy caro debido a las exigencias técnicas”,
cuenta Debowicz.
“Cada vez que ALF se movía de lugar,
el equipo debía cambiar las posiciones de iluminación y cámara. Para filmar
cada episodio de treinta minutos el elenco tenía que estar presente entre
veinte y veinticinco horas, dividido en dos días”, explica.
Es que en la mayoría de las escenas el personaje
principal era literalmente una marioneta maniobrada por Fusco, el
creador del show, y eso hacía que los tiempos de grabación fueran muy
extensos.
En algunas ocasiones, cuando había que mostrar el
cuerpo completo del alienígena, un actor de bajísima estatura se
ponía un disfraz bastante caluroso para convertirse por un ratito en el
alienígena de Melmac.
Desde el fin de la serie, se pudo ver a ALF como
personaje invitado en otros programas, en su propio show animado y hasta en una
película que pasó sin pena ni gloria. Sin embargo, a pesar de esos traspiés
sigue presente en nuestra cultura.
“ALF trasciende la serie y por eso
poco importa que haya terminado en 1990, está presente en las conversaciones
cotidianas y cada vez que comemos espárragos. Sin embargo, es
hora de que alguna plataforma ofrezca las cuatro temporadas. Ver la serie
en orden es clave para comprender el crecimiento del personaje”, pide Debowicz.
Hace cinco años, cuando se cumplieron treinta años de
su desembarco en la Tierra, le preguntaron a Paul Fusco, el titiritero, el
creador de la criatura, cómo sería ALF si tuviera que vivir en el siglo
XXI. “Estaría probablemente un poco más contaminado, más enojado. El
mundo es un lugar diferente, se ha vuelto mucho más loco desde 1990. Tal
vez necesitemos a ALF más que nunca”.
Publicado en Diario Clarín el 28/09/2021.
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