Por Guillermo Ceballos Serra
Todos los ejecutivos saben cómo transcurren
sus semanas laborales en un abrir y cerrar de ojos. Comienzan un lunes y ya se
está comenzando el ciclo nuevamente. Tomamos decisiones, enfrentamos
innumerables problemas, reuniones, viajes, eventos sociales de negocios y SIN
embargo permanece esa sensación de que todo lo hecho resultó insuficiente.
En el pasado pulularon los cursos
y seminarios de administración del tiempo, para optimizar justamente el recurso
más escaso. Estos cursos pasaron de moda, pero el problema continua… con más
stress mientras el balance de calidad de
vida personal y laboral continua deteriorándose.
Pareciera que no maduramos nunca,
que no aprendemos como manejarnos y estoy seguro que si encontráramos un nombre
más aggiornado para los viejos cursos de administración del tiempo, tal vez “Seminario de Ecología Corporativa”, podrían constituirse en un verdadero éxito
comercial.
Pareciera que a pesar de los
logros profesionales y académicos carecemos, sencillamente, madurez personal
para distinguir lo urgente de lo
importante, lo estratégico de lo táctico, lo operable de lo irremediable.
En una empresa que conozco muy
bien, está instalada la frase, “todo
vale uno”, es decir, todo tiene el
mismo valor, todo tiene la misma
importancia, todo es prioritario, todo requiere el mismo esfuerzo. Es parte del
folclore corporativo, donde todos lo sufren y hasta se burlan resignadamente de sí mismos por no poder encontrar el modo de
superar el problema.
Esa capacidad de distinguir, de
focalizar en lo importante, proviene como he dicho, de la madurez personal, sea
porque se cuenta genéticamente con dicha cualidad o porque algún evento vivido (muchas
veces doloroso) nos ayuda a poner las cosas en perspectiva.
La madurez lleva a la humildad, no todos los problemas
requieren de mi participación para resolverlos ni de una decisión ejecutiva,
algunos simplemente se pueden delegar. Todos los temas que catalogamos como
menores para nuestra atención, resultan sumamente desafiantes y atractivos para otro colaborador que estará más que interesado en abordarlos.
A su vez, podríamos agregar que no todos los problemas requieren decisiones, ni
siquiera de un nivel menor, simplemente el plazo del tiempo nos libera de
hacerlo, la madre naturaleza deja al descubierto su importancia relativa al
cabo del periodo en el que se desarrollan los acontecimientos.
Entiendo que lo que en la mayoría
de los casos falta una competencia que llamaremos de diagnóstico maduro, que permita evaluar intuitivamente el mayor o
menor impacto de los temas en relación a los factores críticos de éxito de un
negocio, al plan estratégico o de la función específica que se desempeña.
El diagnostico acertado permite
identificar rápidamente las áreas donde se puede intervenir con probabilidades
de éxito, donde está el campo de lo operable y el campo de los costos hundidos
donde solo cabe tratar de aprender de los fracasos y los errores.
Alguna vez viajando con colega camino
a un aeropuerto un viernes por la noche y con grandes posibilidades de perder
el vuelo, al ver mi nerviosismo
creciente me dijo: “Guillermo, si un
problema no tiene solución, sencillamente no tienes un problema”. ¿Qué se puede
agregar?
Por último, tendríamos que contar también con una competencia
de autodiagnóstico personal, que nos
permita distinguir que es lo importante para cada uno, qué lugar ocupa el
trabajo en nuestro ranking de valores y que estamos dispuestos a sacrificar en
el altar de nuestras trayectorias profesionales. Estas respuestas despejarían inmediatamente las
angustias innecesarias y evitables.
No hay respuestas únicas ni
válidas universalmente, solo están nuestras respuestas, las que cuentan para
cada uno, las que nos ayudarán a ser mejores personas y mejores profesionales.
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