FEBRERO 2024

jueves, 31 de julio de 2014

LA DUDA DOGMATICA EN LAS ORGANIZACIONES O CUANDO LA DUDA ES LA RAZÓN


Por Walter Torre -Director de Walter Torre - Soluciones Dinámicas. Profesor de ADEN Business School, ESEADE. Consultor en RRHH en Latinoamerica. www.waltertorre.com

Sabemos que el estrato más profundo de la personalidad está compuesto de creencias. Éstas son, pues, la tierra firme sobre la que pisamos y orientamos. No obstante, en esa área básica de nuestras creencias se abren, aquí o allá, como escotillones, agujeros de duda. La duda, la verdadera, la que no es simplemente metódica ni intelectual, sino aquellas que son ideológicas y éticas, son un modo de creencia y pertenece al mismo estrato que las creencias en la arquitectura de la vida.

En la creencia, como en la duda, se está, se vive en ellas. Sólo que en este último caso, el estar en la duda, tiene un carácter terrible. Es, pues, la negación de la estabilidad. Es aceptar que existe desequilibrio entre el conocimiento, su valor, y nuestro comportamiento. Y ese mismo conocimiento que se torna obsoleto, se percibe como vacío e inútil. Ese fingir al ignorar que la estabilidad es un espejismo, se convierte en esa ironía que nos impulsa a la inacción.

Lo terrible de la duda es que nos proyecta a un estado de ausencia de crítica. Pues si dudásemos de la duda, ésta se convertiría en inofensiva, incluso hasta podría ser creativa. Pero la duda, como la creencia, se cree, se acepta como estado y, de esa forma, nos coloca en una situación de inestabilidad, en una realidad líquida donde el hombre no puede sostenerse y, por lo tanto, cae.

La duda no escapa a las creencias del hombre y por lo tanto ella es parte misma de las acciones de nuestra conducta. No podemos ignorar este hecho. También sabemos que esta perspectiva individual no es eliminada cuando el hombre conforma grupos y sociedades. Por eso, conviene no olvidar que es importante encontrar los caminos que eviten la generación de la duda y, si es posible, su eliminación.

Las organizaciones en ocasiones olvidan este principio trascendente y se vuelven enemigas de sí mismas.

Ellas, a través de su cultura que define su esencia, inyectan símbolos contradictorios en la propia definición de su visión, resultados, valores y relaciones grupales.

La duda incorporada como pilar de una cultura, define su propia inconsistencia e incongruencia frente a los individuos. La dirección de las acciones carece de sentido y tendencia, confundiendo la realidad de lo que es con lo que debería ser, perdiéndose así la energía en esfuerzos innecesarios e inútiles.

Cuando esto ocurre, los valores organizacionales se modifican, provocando que las creencias de los individuos tomen un sentido excluyentemente personalista, donde la búsqueda de los objetivos de la organización termina en una simulación que tiene como trasfondo sólo la supervivencia individual. Pero sólo la alineación de los valores con el propósito, reduce los niveles de duda, dando sentido a nuestras acciones.

Por último, y en lógica consecuencia, frente a la incongruencia del propósito y a la esterilidad de los valores, la confianza entre las personas y el respeto a los valores pierden sentido y el sistema se debilita profundamente. Como consecuencia, se evidencia una muestra de perversa hipocresía entre los individuos. Por lo tanto, la duda se presenta como despiadada enemiga del comportamiento organizacional. Al crear y alimentar la duda, somos nosotros mismos quienes creamos nuestro propio enemigo.

Las creencias, al igual que las dudas, establecen nuestras propias cadenas. Y si no logramos cuestionarlas, comienzan a pesarnos, empezamos a venerarlas y de esa manera, a no liberarnos.
Este es el segundo mecanismo que impide los cambios. Un filósofo, cuyo nombre ahora no interesa recordar decía que “es difícil liberar a los tontos de las propias creencias que, al venerarlas, se convierten en sus cadenas”. Los paradigmas que hoy son exitosos, son los mismos que pueden provocar nuestra propia ruina mañana Las creencias que afirman nuestras acciones y comportamientos, son aquellas que pueden hacer obsoletos nuestros propios conocimientos.

Las organizaciones, exitosas o en decadencia, que guían sus actividades de acuerdo a las normas de una época distinta también pierden oportunidades. No entienden que tanto el éxito como el fracaso obligan a replanteos estratégicos. La estrategia es sinónimo de supervivencia y no puede existir si no logramos atravesar el dolor de reconocernos. Al desconocernos, tampoco podemos cuidar de nosotros tendencia de auto-recetarse los remedios erróneos. Buscan incansablemente disminuir los efectos, pero no las causas.

En la incomprensión de los problemas y en la desgracia de abandonarse no se pueden encontrar soluciones vitales. Abandonarse, es permitirse no pensar en lo que se está haciendo, para qué y por qué se lo hace. Es no preguntarse si lo que estamos haciendo es lo que deberíamos hacer. Si lo que estamos haciendo nos conduce hacia dónde debemos ir.


Estos problemas pueden ser serios y hasta cierto punto, letales. Debilitan nuestras actitudes, deprimiendo nuestro carácter y por lo tanto, nuestro comportamiento. Como consecuencia, nos engañamos creando una matriz imaginaria, convenciéndonos de una realidad que carece de validez, aún en las más sencillas de sus pruebas: obtener verdaderos resultados.

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