Por Walter Torre -Director de Walter Torre - Soluciones Dinámicas. Profesor de ADEN Business School, ESEADE. Consultor en RRHH en Latinoamerica. www.waltertorre.com
Sabemos que el estrato más profundo de la personalidad está compuesto
de creencias. Éstas son, pues, la tierra firme sobre la que pisamos y
orientamos. No obstante, en esa área básica de nuestras creencias se abren,
aquí o allá, como escotillones, agujeros de duda. La duda, la verdadera, la que no es simplemente metódica ni
intelectual, sino aquellas que son ideológicas y éticas, son un modo de
creencia y pertenece al mismo estrato que las creencias en la arquitectura de
la vida.
En la creencia,
como en la duda, se está, se vive en ellas. Sólo que en este último caso, el
estar en la duda, tiene un carácter terrible. Es, pues, la negación de la estabilidad.
Es aceptar que existe desequilibrio entre el conocimiento, su valor, y nuestro
comportamiento. Y ese mismo conocimiento que se torna obsoleto, se percibe como
vacío e inútil. Ese fingir al ignorar que la estabilidad es un espejismo, se
convierte en esa ironía que nos impulsa a la inacción.
Lo terrible de la duda es que nos proyecta a un estado de
ausencia de crítica. Pues si dudásemos de la duda, ésta se convertiría en
inofensiva, incluso hasta podría ser creativa. Pero la duda, como la creencia,
se cree, se acepta como estado y, de esa forma, nos coloca en una situación de
inestabilidad, en una realidad líquida donde el hombre no puede sostenerse y,
por lo tanto, cae.
La duda no escapa a
las creencias del hombre y por lo tanto ella es parte misma de las acciones de
nuestra conducta. No podemos ignorar este hecho. También sabemos que esta
perspectiva individual no es eliminada cuando el hombre conforma grupos y
sociedades. Por eso, conviene no olvidar que es importante encontrar los
caminos que eviten la generación de la duda y, si es posible, su eliminación.
Las organizaciones
en ocasiones olvidan este principio trascendente y se vuelven enemigas de sí
mismas.
Ellas, a través de
su cultura que define su esencia, inyectan símbolos contradictorios en la propia
definición de su visión, resultados, valores y relaciones grupales.
La duda incorporada
como pilar de una cultura, define su propia inconsistencia e incongruencia frente
a los individuos. La dirección de las acciones carece de sentido y tendencia, confundiendo
la realidad de lo que es con lo que debería ser, perdiéndose así la energía en
esfuerzos innecesarios e inútiles.
Cuando esto ocurre,
los valores organizacionales se modifican, provocando que las creencias de los individuos
tomen un sentido excluyentemente personalista, donde la búsqueda de los
objetivos de la organización termina en una simulación que tiene como trasfondo
sólo la supervivencia individual. Pero sólo la alineación de los valores con el
propósito, reduce los niveles de duda, dando sentido a nuestras acciones.
Por último, y en
lógica consecuencia, frente a la incongruencia del propósito y a la esterilidad
de los valores, la confianza entre las personas y el respeto a los valores pierden
sentido y el sistema se debilita profundamente. Como consecuencia, se evidencia
una muestra de perversa hipocresía entre los individuos. Por lo tanto, la duda
se presenta como despiadada enemiga del comportamiento organizacional. Al crear
y alimentar la duda, somos nosotros mismos quienes creamos nuestro propio enemigo.
Las creencias, al
igual que las dudas, establecen nuestras propias cadenas. Y si no logramos
cuestionarlas, comienzan a pesarnos, empezamos a venerarlas y de esa manera, a
no liberarnos.
Este es el segundo mecanismo
que impide los cambios. Un filósofo, cuyo nombre ahora no interesa recordar
decía que “es difícil liberar a los
tontos de las propias creencias que, al venerarlas, se convierten en sus
cadenas”. Los paradigmas que hoy son exitosos, son los mismos que pueden
provocar nuestra propia ruina mañana Las creencias que afirman nuestras
acciones y comportamientos, son aquellas que pueden hacer obsoletos nuestros
propios conocimientos.
Las organizaciones, exitosas o en decadencia, que guían sus
actividades de acuerdo a las normas de una época distinta también pierden
oportunidades. No entienden que tanto el éxito como el fracaso obligan a replanteos
estratégicos. La estrategia es sinónimo de supervivencia y no puede existir si
no logramos atravesar el dolor de reconocernos. Al desconocernos, tampoco
podemos cuidar de nosotros tendencia de auto-recetarse los remedios erróneos.
Buscan incansablemente disminuir los efectos, pero no las causas.
En la incomprensión de los problemas y en la desgracia de
abandonarse no se pueden encontrar soluciones vitales. Abandonarse, es permitirse no pensar en lo que se está haciendo, para
qué y por qué se lo hace. Es no preguntarse si lo que estamos haciendo es lo que deberíamos hacer. Si lo que
estamos haciendo nos conduce hacia dónde debemos ir.
Estos problemas
pueden ser serios y hasta cierto punto, letales. Debilitan nuestras actitudes,
deprimiendo nuestro carácter y por lo tanto, nuestro comportamiento. Como
consecuencia, nos engañamos creando una matriz imaginaria, convenciéndonos de
una realidad que carece de validez, aún en las más sencillas de sus pruebas: obtener
verdaderos resultados.
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