Por Roberto Vola-Luhrs, Lic. en Recursos Humanos, Dr. en Ciencia Política. Socio co-fundador de Voyer Internacional.
El diccionario de la Real Academia Española define al talento en términos de una marcada habilidad innata o un atributo natural de una cualidad superior. Esta definición sugiere que el talento es algo que uno tiene o no tiene. Somos parte de una arbitraria y normal distribución que ha hecho la naturaleza, en la que, en un extremo vale la pena haber nacido y en el otro no.
Una pequeñísima parte de la humanidad se ocupa de clasificar a la mayoría de nosotros: Inteligentes, haraganes, comprometidos, talentosos, no talentosos…. ni qué hablar de las razas, etnias, religiones…. Y los “A”, “B”, “A-B” VIP, BIP, etc. etc. y etc. Así, lo que la naturaleza no ha hecho, sí lo hace -y con mucho esmero- el ser humano.
Quiero que juntos reflexionemos sobre el Talento. Hay quienes sugieren que no sólo basta con tener talento, sino que es muy importante el lugar donde la persona crece o se desenvuelve para que dicho talento surja o se desarrolle. He subido a varias tarimas y manifestado la idea de que “sobra talento” o la existencia del talento generalizado. También lo planteé en un artículo publicado por el diario el Cronista Comercial, de Buenos Aires, y se contrapone con el tono elitista, que afirma: Lo que falta es talento.
Están aquellos que ven escasez de talento y estamos los que lo vemos en abundancia. No se trata de dos bandos, sino de dos opiniones que llevan a dos posturas distintas. Una, buscar donde hay poco (como si fueran perlas), y otra, partir de la abundancia y en consecuencia desarrollar lo que se posee.
El niño prodigio no puede “descubrirse” sólo como prodigio. Podría pensarse que alguien lo descubre o podríamos decir que alguien lo desarrolla. Si utilizamos el término descubrir, estamos partiendo de la escasez. Si en cambio decimos desarrollar, estamos partiendo desde la abundancia. No se trata de una sutileza, sino de distintas maneras de ver el mundo. Ni más ni menos.
Antonio Salieri, el músico de la corte de Austria contemporáneo de Mozart, veneraba a Wolfgang como un ídolo. Pero no lo envidiaba. Sí envidiaba en cambio, el hecho de haber tenido al padre que tuvo: “Porque le enseño todo”, -decía- “no como mi padre, a quien no le interesaba la música y nunca reparó en lo importante que era para mí”.
El padre de Mozart era músico, y quería que su hijo también fuera músico. Esto lo decidió antes de descubrir el talento de su hijo. Y el padre de Beethoven quería un hijo como Mozart (aún antes de descubrir el talento de su hijo Ludwig).
Hay médicos prestigiosos que tienen brillantes hijos y hasta nietos médicos. También ocurre con abogados, artistas, ingenieros, jugadores de futbol, empresarios, y la lista sigue. ¿Será que se nace con el gen de la profesión? ¿Se nace con el talento del padre o del abuelo? No. No se nace con el talento de otro, ¡Sino que se tiene la suerte de tener ése padre o ése abuelo!
Mi gran amigo Richard Basualdo –reconocido capacitador y facilitador en creatividad- me enseñó que la creatividad no se desarrolla, sino que se recupera. Su pensamiento parte, también, desde la abundancia de creatividad en el ser humano y no desde la escasez. El talento siempre se lo tiene, hay que desarrollarlo. Y a la creatividad recuperarla.
En las empresas, son los jefes los que deben asumir el rol de facilitadores, para que, quienes dependen de ellos, encuentren un campo fértil donde desarrollar su talento. Personas motivadas y entrenadas redoblarán el compromiso de hacer las cosas bien y eficientemente. Esto genera un espiral virtuoso, porque se gana en confianza y se levanta la vara del logro.
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