JULIO 2025

domingo, 20 de julio de 2025

RECALCULANDO EL VALOR DEL TALENTO

 


Por Guillermo Ceballos Serra

El mundo laboral cambió para siempre y dejó obsoletos los viejos manuales del siglo pasado.


Cada época laboral se sostiene en paradigmas dominantes: marcos de referencia que definen qué se valora, cómo se trabaja y cómo se mide el éxito. Estos paradigmas suelen perdurar mientras el entorno los respalda, pero cuando la realidad cambia y surgen nuevas exigencias —tecnológicas, sociales o económicas— se vuelven insuficientes y terminan por colapsar.

Ese es el punto en el que nos encontramos hoy. La transformación radical del trabajo —acelerada por la digitalización, la globalización y la inteligencia artificial— ha desbordado los límites de los viejos modelos laborales. Sin embargo, muchas organizaciones siguen aferradas a esquemas del siglo pasado, incapaces de cuestionar lo que alguna vez funcionó y de reemplazarlo por marcos que respondan a los desafíos actuales. 


PREMIANDO LO OBSOLETO EN EL SIGLO XXI

El mundo laboral del siglo XXI convive todavía con varios paradigmas heredados del siglo pasado que ya no responden a la realidad actual. Entre ellos, podemos mencionar:

  • La jornada laboral rígida de 8 horas, diseñada para la era industrial, que pierde sentido cuando lo que importa son los resultados y no la cantidad de horas presenciales.
  • La división tajante entre empleados y proveedores, que se desdibuja en un ecosistema laboral de freelancers, consultores y colaboradores por proyecto.
  • La obligación de un puesto físico fijo, cada vez más anacrónica en tiempos de trabajo remoto e híbrido.
Todos estos paradigmas fueron útiles en su momento, pero hoy limitan la capacidad de las organizaciones para adaptarse a entornos dinámicos, globalizados y tecnológicos.

Sin embargo, hay uno que resulta especialmente contradictorio: el premio a la antigüedad como criterio de mejora salarial. Este indicador surgió en el marco del modelo clásico de contratación, consolidado en el siglo pasado con la Administración Científica de Frederick Taylor. Bajo ese esquema, la relación era clara: la empresa contrataba, invertía en capacitación, ofrecía seguridad en el empleo y premiaba la permanencia con incrementos salariales y oportunidades de promoción. Era el modelo del empleo vitalicio en su máxima expresión, donde la experiencia acumulada equivalía a pericia, porque el conocimiento se mantenía vigente durante décadas.

Pero el mundo cambió. La “guerra por el talento” conceptualizada por McKinsey & Company en 1997 introdujo un escenario donde el conocimiento se volvió el recurso estratégico por excelencia. Peter Drucker ya lo había anticipado: “El conocimiento es el recurso económico clave y la única ventaja competitiva sostenible.”

Pero en el siglo XXI, todo conocimiento tiene una fecha de vencimiento cada vez más cercana. Vivimos en entornos VUCA (Volátiles, Inciertos, Complejos y Ambiguos), BANI (Frágiles, Ansiosos, No Lineales e Incomprensibles) y TUNA, (Turbulento, Incierto, Novedoso y Ambiguo) RUPT (Rápido, Impredecible, Paradójico y Entrelazado) o cualquier otro acrónimo de nuestra preferencia, donde lo que sabíamos ayer, que probablemente no alcanzará mañana, describen un entorno dinámico y desafiante donde la capacidad de adaptación y la toma ágil de decisiones son claves para el éxito. 

Como señala Zygmunt Bauman en Tiempos líquidos: “Las formas sociales ya no tienen tiempo suficiente para solidificarse y no pueden servir como marcos de referencia para las acciones humanas ni para la elaboración de proyectos de vida a largo plazo.”

En este contexto, premiar la antigüedad se vuelve paradójico. Mientras la innovación y la actualización constante son el motor de la competitividad, seguimos reconociendo con un plus salarial el mero paso del tiempo. En muchos convenios laborales argentinos esto representa un 1% o 2% adicional anual, que puede convertirse en un 40% más de salario a los 20 años de servicio, aunque las competencias y conocimientos no se hayan renovado.

Premiar la antigüedad en el siglo XXI es tratar a las organizaciones como museos: valorar lo que se conserva en lugar de lo que se transforma.

Actualizar este paradigma —y tantos otros heredados del pasado— no es solo modernizar la gestión: es garantizar la competitividad y la pertinencia del talento en la economía del conocimiento.


LA ECONOMÍA DEL CONOCIMIENTO Y EL DESAFÍO PERMANENTE

A pesar de estas anclas pretéritas, la economía del conocimiento redefine las reglas. En 2023, Arvind Krishna, CEO de IBM, anunció que la empresa pausaría las contrataciones en roles que pudieran ser reemplazados por inteligencia artificial, estimando que un 30% de los puestos administrativos podrían desaparecer en pocos años. (Bloomberg Línea, 2 de mayo de 2023).

Por su parte, Sam Altman, CEO de OpenAI, predijo: “Pronto veremos empresas de una sola persona valuadas en mil millones de dólares,” gracias al apalancamiento tecnológico y la inteligencia artificial. (Forbes,19 de febrero de 2025).


PERTINENCIA: EL NUEVO VALOR DEL TALENTO

Frente a esta evidencia, el concepto que debería reemplazar a la antigüedad es el de PERTINENCIA.

La pertinencia es la capacidad de una persona para aportar valor efectivo, actualizado y relevante al contexto en el que opera, en función de los desafíos, necesidades y objetivos cambiantes de la organización.

No se trata solo de tener conocimientos, sino de que esos conocimientos:

  • Sean actuales y aplicables a los problemas presentes.
  • Sean adaptables a nuevos escenarios o tecnologías.
  • Generen impacto concreto en los resultados del negocio o en la innovación.

En definitiva, la pertinencia es el ajuste dinámico entre lo que sé, lo que puedo hacer y lo que el entorno necesita en este momento.

Métricas para evaluar la pertinencia del talento en el siglo XXI

  • Conocimientos y competencias adquiridasCantidad de capacitaciones, certificaciones o programas de formación completados por el personal en un período determinado (ej. anual).
  • Habilidades nuevas desarrolladas o fortalecidas: Número de nuevas habilidades técnicas o blandas incorporadas y nivel de dominio alcanzado, medido mediante evaluaciones internas o matrices de habilidades.
  • Impacto en resultados de negocio o indicadores sociales: Contribución del talento a métricas clave del negocio (ej. incremento de productividad, mejoras de calidad, eficiencia en procesos) o a indicadores de impacto social definidos por la organización.
  • Participación en proyectos diversos: Cantidad y variedad de proyectos interdisciplinarios o transversales en los que el talento ha sido asignado, como indicador de adaptabilidad y capacidad de colaboración en múltiples contextos.

UN IMPERATIVO ESTRATÉGICO PARA EL EMPRESARIADO

Para el sector empresario, este cambio de paradigma no es solo una reflexión teórica: es un imperativo estratégico. Las compañías que sigan valorando el tiempo por encima del talento, la permanencia por encima de la actualización, quedarán rápidamente fuera de juego en mercados cada vez más dinámicos y competitivos.

Es momento de repensar no sólo los sistemas de compensación, sino toda la arquitectura organizacional para que incentive el aprendizaje permanente, la movilidad interna y la innovación colaborativa.

El futuro no premiará a quienes duren más tiempo en el cargo, sino a quienes logren mantenerse pertinentes y relevantes en un mundo que cambia todos los días.

Aprender, desaprender y reaprender

En el contexto actual, la clave no es sólo adquirir nuevos conocimientos, sino también desaprender lo que ya no es útil y reaprender lo que se vuelve necesario. Esta capacidad de renovación continua permite a las personas y a las organizaciones mantenerse vigentes en entornos cambiantes, donde lo aprendido ayer puede quedar obsoleto mañana. 

 

DEL MÉRITO DEL PASADO A LA PERTINENCIA DEL PRESENTE

Ha llegado el momento de cambiar los viejos paradigmas. Las empresas que sobrevivan y prosperen en esta era no serán las que premien las momias del pasado y menos aún la permanencia, sino las que sepan identificar, desarrollar y recompensar la pertinencia: la capacidad de cada persona para reinventarse, aprender lo que aún no sabe y aplicar su conocimiento donde más valor genera.

Permanecer no es mérito si no se evoluciona. En un mundo donde el cambio es la única constante, la verdadera lealtad no es hacia la permanencia en un puesto, sino hacia la actualización continua y la capacidad de reinventarse. Este principio aplica a todos los paradigmas mencionados heredados del siglo pasado que hoy deben revisarse para seguir siendo relevantes.

El futuro pertenece a quienes comprenden que el tiempo en la empresa es solo un dato; que el pasado es historia, porque en esta era, quien no cultiva su pertinencia firma su irrelevancia.

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