Por Fabricio Kaplan - Vice President Human Resources Global R&D – Unilever
- Roterdam
Estamos viviendo una experiencia trágica e inédita. Terrible y dramática,
con consecuencias difíciles de imaginar. Una experiencia que nos une, y nos
separa, en una dimensión y escala nunca antes vista por nuestra
contemporaneidad.
Escuché decir: No estamos en el mismo bote, pero sí, esta
vez, estamos todos juntos en la misma tormenta.
Las dimensiones de esta tormenta, como el clima, son difíciles de predecir.
Este tsunami, esta ola inicial nos llega e impacta a todos, pero no lo hace de
la misma manera. La ola posterior, la que regresa aún con más fuerza, la del
impacto en la economía, la recesión, y sus consecuencias laborales y sociales,
es difícil de comprender acabadamente, aunque todo hace pensar que continuará
profundizando las diferencias y las desigualdades a las que lastimosamente nos
hemos ido acostumbrando.
La pandemia global condensa tragedia y disrupción en todas sus dimensiones.
Una profunda e inconmensurable pérdida que empuja a un duelo colectivo, y que
la propia pandemia ha trastocado. En algunos casos la pérdida real de
familiares, amigos, compañeros de trabajo, sin ceremonias ni posibles
despedidas; en otros, pérdidas de otra materialidad aunque no menos trágicas,
la de millones de personas desempleadas, sin las coordenadas que sostenían su
cotidianeidad, sin su espacio de trabajo, y sin los lazos sociales que los
sostenían: una otra forma de intemperie.
En su reverso, la vida sigue encontrando resquicios para continuar, nuevos
nacimientos, personas creando y encontrando soluciones, colaborando,
adaptándose activa y creativamente, aplicando su inteligencia y sensibilidad a
los nuevos problemas que nos trae esta crisis.
Múltiples desafíos, infinitos barcos, botes, barcazas, para atravesar esta
tormenta.
El mundo en dos
La pandemia, indudablemente genera en la vida de las personas
un impacto de dimensiones difíciles de asir en tiempo real. Sin
embargo, a lo largo de estos, a la vez breves pero muy largos meses, hemos
podido constatar la aparición de ciertas paradojas y tensiones de una
naturaleza inédita.
Miedo y encuentro
El virus es el otro, el potencial asesino, el transmisor de la enfermedad,
al que debo temer y evitar, pero, y esta es la clave central de este tipo
de lógica que funciona al modo de un espejo: ese otro, soy yo para los otros.
Esto es lo real, el miedo real de la pandemia.
Definamos con mayor precisión: la regla es la distancia física, difícil de
llevar, pero es física. Una importante dimensión de nuestras vidas sin dudas. Sin
embargo, la distancia de los cuerpos, ¿acaso podría no ser afectiva y vincular?
Personalmente, una vez recuperada cierta distancia de la gran ola inicial
que inundó de fragilidad nuestras vidas, comencé a notar otra forma de conexión
con aquella gente que quiero y aprecio. Esto se hizo aún más visible en mi
trabajo, con mis colegas y equipo. Nunca participé en tantas reuniones y
conversaciones laborales donde la primera pregunta haya sido: ¿Cómo estás?
¿Cómo la vas llevando?
¿Será posible una distancia que nos una más? ¿Que nos haga más solidarios y
despierte mayor empatía? ¿Que promueva mayor colaboración y conexión?
Intemperie y repliegue
La pandemia nos interpela como sociedad y, por ende, mide a cada quien.
Sabremos estar a la altura de los desafíos que presenta? Aquellos que han sido
golpeados por la crisis de manera temprana y aquellos a los que la retirada
de la ola ( del virus) golpeará de manera inevitable, convocan a una
respuesta. Nuestro trabajo individual y como sociedad será urgente: armar
un escenario donde nuevos y diferentes espacios vitales, productivos y
vinculares tengan lugar.
A la escena de la intemperie, debemos incorporar la del repliegue. En
los hogares, se va dibujando una nueva arquitectura, los espacios han ido
cobrando otras funciones y usos, trazando un espacio más fluido y
continuo, sin las transiciones del salir y del volver, del viaje hacia el
trabajo y el fin de la jornada. Las micro escenas se suceden: Las tensiones de
la cotidianeidad, los espacios versátiles, los niños y su aprendizaje, las
sorpresas mutuas que trae la cercanía a lo que es el quehacer del otro, el
disfrute del tiempo compartido y también el exceso de las demandas mutuas.
Claro está que el repliegue, con todas las facetas que presenta, es un
lujo que muchos no pueden o eligen no darse. Son incontables las historias de
aquellos que desde el “frontline” le hacen frente a la intemperie de este
escenario trágico: en los hospitales, en las fábricas, en los centros de
distribución, etc. Todos aquellos que garantizan los servicios esenciales,
trabajando para combatir el virus y para mantener al mundo funcionando. Los
medios nos han acercado las imágenes de innumerables first reponders, cayendo
agotados en sus lugares de trabajo, separados de sus seres queridos y de su
cotidianeidad, trabajando y dejando literalmente la vida, para atender la
crisis.
Una nota central, merece la situación en los países en vías de desarrollo,
cuyas economías informales presentan un dilema de difícil resolución: si me
quedo encerrado no llevo el pan a mi casa, si salgo me contagio… y contagio a
mi familia.
Nunca hemos vivido esta tensión, esta relación tan íntima entre el trabajo,
la vida y la muerte.
Moviéndonos un poco más al mundo del trabajo.
1- Siempre me ha asombrado los recursos que tenemos los seres humanos para
enfrentar las crisis, la resiliencia, la creatividad y la innovación para
enfrentar lo desconocido, adaptarnos y resolver los problemas de formas nuevas
y creativas. La disrupción en su cara amable, amplificando lo mejor que
tenemos. Mucha gente haciendo maravillas, con coraje, con amor e invención. Ya
mencioné a los héroes en la intemperie trabajando incasablemente, otros muchos
desarrollando nuevos productos para abastecer las nuevas demandas,
transformando espacios productivos, readecuando maquinarias para producir
respiradores, desinfectantes, máscaras, PPE, etc.
2- La colaboración dentro y fuera de las organizaciones. Un propósito común
frente a la tragedia, y quizás la tan anhelada realización de que sólo
colaborando podremos salir más fuertes y más rápido de esta encrucijada. ¿Valdrá
la pena preguntarnos por qué precisamos de esta tormenta para darnos permiso a
esta ‘baja de las defensas’ que habilitan mayor colaboración e interacción? Las
preguntas por la causa suelen dejarnos sin respuesta. Lo cierto, y quizás esto
sea lo más relevante, es que, corridos del lugar de preservación de lo propio,
y por ende de rivalidad con el otro, un escenario radicalmente distinto se abre
lugar. Encuentro en esta pérdida y difuminación de los bordes, hacia dentro y
hacia afuera de las organizaciones, una oportunidad para profundizar un
ecosistema de colaboración que genere un salto en la integración de nuestro
trabajo y coloque el propósito común y compartido como el nuevo motor de
nuestra tarea.
3- Me encuentro trabajando desde mi casa, y mi sensación es la de trabajar
en dos dimensiones, en 2D, en el plano de la pantalla, me encuentro mediatizado
por lo virtual. Sin dudas me falta una dimensión clave, que no es tan sólo
física, es la de la conexión casual, la de la cultura, la que influencia y da
forma, la que sucede entre reuniones, la de la magia que surge en los bordes y
en el encuentro y el diálogo casual.
4- El desdibujamiento de los bordes entre los espacios laborales y
personales: sus dificultades, desbalances, tensiones, así como también, la
belleza de integrar a nuestras familias, de vernos más humanos, con
interrupciones y hermosas disrupciones. Me viene a la memoria, aquél video que
se volvió viral ( por lo inusitado que presentaba), en el que un hombre que
estaba siendo entrevistado por una cadena de noticias, era ‘interrumpido’ por
sus pequeños hijos, mientas se veía ingresar al espacio donde el
entrevistado desarrollaba la video call, a su mujer intentando ‘solucionar’ el
problema. ¡Cuánto ha cambiado en estos meses! Hasta hace poco nos llamaba la
atención esta escena, provocándonos una mezcla de risa e incomodidad. Hoy
es parte de nuestras vidas y nos genera ternura y mayor conexión.
5- El lugar de trabajo como organizador de la vida de la gente ha explotado
por los aires. Y creo su lugar en el futuro merece ser repensado de forma
radical. Muchas compañías, en mayor o menor medida venían experimentando con
sus bordes, con el ‘flex work’ y el ‘Home office’. Ciertamente, algunas
compañías estaban mejor preparadas desde la cultura, infraestructura y
herramientas digitales para confrontar este período. Eso implica que, ante esta
situación, la productividad se vea menos afectada que si esto hubiese sucedido
hace, tan sólo, 10 años atrás. ¿Como serán los espacios de trabajo a
futuro? ¿Sera necesario 'ir a la oficina'? ¿Por qué y para hacer qué? ¿Qué
formas tomarán las relaciones en los nuevos escenarios? El lugar tradicional
del jefe, aquel que controla al otro y al espacio, parece terminar de revelar
su agotamiento. Si aún quedan resabios de sus tiempos de gloria, esta nueva
escena decreta el fin de su reinado. La ocasión que se nos abre para
pensar, en clave de ecosistemas, es la emergencia definitiva de un nuevo
liderazgo: un liderazgo que integre los bordes y multiplique las conexiones,
más humano, con propósito, que construya desde la confianza, la colaboración y
el respeto a la diversidad.
Aspiro a que esta aceleración ayude a transformar de forma positiva
el rol del trabajo en nuestras vidas, también deseo que este aspecto más
'humano' de la crisis, esta nueva sensibilidad, se quede para siempre.
¿Una nueva normalidad…o un nuevo comienzo?
Hay quienes dicen que esta crisis no traerá muchas novedades en el mundo
del trabajo, que tan sólo le dará mayor velocidad y aceleración a lo que ya
estaba, una oportunidad para catalizar, en un corto tiempo, transformaciones
que hubiesen llevado otro ritmo en la vieja ‘normalidad’.
¿Volver a la normalidad? ¿Qué significa eso? ¿Una nueva normalidad? ¿En qué
condiciones?
Personalmente no me gusta la idea de volver a una nueva normalidad. En
principio, porque si se trata de regresar, será indicativo que no le habremos
dado lugar a lo nuevo. Me parece más interesante la invitación a avanzar, a
pensar y construir desde y por lo nuevo, a ser mejores, a integrar nuestras
vidas, rescatando los valores del cuidado, de la empatía, y de la conexión
humana. Esta es la verdadera apuesta, y quizás la posibilidad de un nuevo
comienzo.
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