Por
Guillermo Ceballos Serra
En algunas de las distintas compañías que tuve la
suerte de trabajar, ocupé posiciones de carácter regional focalizadas
especialmente en Latinoamérica. Tuve
oportunidad de conocer bastante bien varios países de la región. En general,
más allá que la realidad se imponía siempre, planificaba al menos un viaje por
semestre a los países con negocios más desarrollados y una vez al año a los más
pequeños.
Esta tarea me permitió conocer
colegas muy capaces y con el tiempo, en algunos casos, a sus propias familias o
desarrollar una confianza que, en esas cenas al fin de la jornada, se traducen
en compartir temáticas personales y familiares, aunque no los conociera
personalmente.
Si bien en distinto grado, advertí
que muchos casos, sus hijos, con acceso a una buena educación, optaban por migrar
de sus países para estudiar o trabajar (sin intención de volver), tomando
ventaja de una doble nacionalidad, a través de una inversión significativa en
educación o una oferta laboral atractiva.
El motivo esencial no era
necesariamente obtener una experiencia universitaria o profesional, sino la
falta de expectativas favorables para su futuro personal en sus países de
nacimiento.
Si bien a nuestro país (Argentina)
no le han faltado crisis, no observaba ese fenómeno aquí con la misma
intensidad en esos tiempos, aunque si se ha acrecentado sensiblemente en la
última década.
Esta temática que estaba depositada
en algún archivo de mi cerebro reflotó curiosamente por un tema que podría
denominar como trivial. El disparador fue precisamente la final de la copa
mundial de clubes de futbol que en 2019 ganó el Liverpool de Inglaterra. De
repente caí en la cuenta de que hacía tiempo que ningún equipo sudamericano ganaba
este torneo.
Decidí entonces chequear mi sensación
con los datos. Desde 1960 hasta 2019, se jugaron 58 finales sumadas las
Copas Intercontinentales y su sustituta la Copa Mundial de Clubes; de las
cuales equipos europeos ganaron 34 y los equipos sudamericanos lo hicieron en
24 ocasiones. Hasta aquí el dato en bruto.
Ahora bien, cuando lo desagregamos,
encontramos que de 1960 a 1999, los europeos ganaron 18 y los sudamericanos 20;
pero al analizar los años 2000 – 2019 se produce un cambio sustancial, los
europeos ganaron 16 y los sudamericanos 4, sin haber ganado en los últimos 7
años.
Lo que ha ocurrido es que con el
correr de los años se ha acelerado exponencialmente la transferencia de los
mejores jugadores de América hacia Europa, siendo observados desde niños y reclutados
antes de los 20 años por sumas escalofriantes para las economías desfallecientes
de los clubes locales, lo que concluye generando la absoluta falta de
competitividad de estos frente a sus pares europeos.
Para los sudamericanos, no importa
cuantos talentos tengan en su nómina, son imposibles de retener a la hora de
las grandes competencias.
Analógicamente, lo mismo está
ocurriendo con las naciones. Las grandes economías actúan como aspiradoras
globales de talento, descapitalizando a los países periféricos, quitándoles
toda posibilidad de competir en una economía globalizada.
Este fenómeno que se observa entre
las naciones, también se replica en las distintas regiones de los países
desarrollados generando grandes desbalances. La actividad económica se va
concentrando geográficamente de modo acelerado.
Existe una creencia generalizada de
que en la era digital y con las facilidades que brindan las comunicaciones,
las geografías se tornarán crecientemente irrelevantes porque las personas
pueden trabajar desde distintas latitudes. En la práctica no esta
ocurriendo.
“En los últimos años, las
desigualdades en los ingresos a nivel regional dentro de las economías avanzadas
no solo no han mejorado, sino que se han agravado. En Estados Unidos, San
Francisco tiene un ingreso promedio per cápita de US$ 38.000 mientras que el
ingreso per cápita de Laredo, Texas, se ubica por debajo de los US$ 11.000; en Europa,
en 2013, el PIB per cápita de Extremadura, en España fue de 16.900, mientras
que en Madrid fue de 31.000. Una de las razones de esta disparidad de ingresos
es que los nuevos trabajos se aglomeran.
Especialmente desde la revolución
de la informática de la década de 1980, los nuevos trabajos surgieron de modo
preponderante en las ciudades que albergaban grandes cantidades de trabajadores
calificados (Berger & Frey, 2016). El ejemplo típico es el área de la bahía
de San Francisco, que es sede de muchas empresas líderes de la revolución
digital, entre ellas, Google, Instagram, Dropbox, Uber, Facebook, eBay,
LinkedIn. A medida que los trabajos en el sector tecnología tienden a
agruparse, la demanda de servicios locales se vuelve, cada vez mas concentrada”
(Trabajadores versus robots, Carl Benedikt Frey, Oxford Martin School - Robotlución - BID).
Así como los clubes europeos
incorporan lo mejor del resto del mundo, las grandes economías y esencialmente
los centros de innovación, convocan los mejores talentos.
Los países hoy ya no invitan a
gente de buena voluntad de espíritu laborioso como los Estados Unidos en el
siglo XIX y XX, sólo a los que parecen como mas capacitados. Hoy los mejores talentos buscan las oportunidades donde quiera
que se encuentren y en general, las visas de trabajo son sólo para ellos,
generando una capitalización de talento que amplía las diferencias.
La ventaja de la economía digital
es el costo marginal cero del incremento de su oferta de servicios, por lo que,
si bien en todos los países pueden adquirirlos a muy bajo costo, la producción
y la innovación están en otra parte, perpetuando así las diferencias.
En la medida que los países no
estén en condiciones de ofrecer políticas de estado que fomenten la innovación
tecnológica en el largo plazo, seguridad jurídica para los inversores y se
facilite la transición de los trabajadores hacia los nuevos empleos, la rueda
no girará en sentido contrario.
Quisiera que nuestros hijos sean
migrantes voluntarios y no forzados, también que mi equipo vuelva a ser campeón del
mundo. Estas son cosas suficientemente importantes como para trabajar en ellas
y “cuando algo es suficientemente importante, lo haces incluso si las
probabilidades de que salga bien no te acompañen” (Elon Musk).
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