Por Jorge Mosqueira, Colaborador Permanente del Diario La Nación (Argentina). Consultor de RRHH. Docente Universitario.
Año 1980. En la empresa Union Carbide Argentina, hoy desaparecida,
se realizaban reuniones trimestrales en el equipo de relaciones con el
personal. Se dedicaba un día entero a plantear escenarios futuros, para
anticipar condiciones de trabajo que se presentarían en los años o décadas
venideras, prediseñando las políticas de adecuación. Se utilizaban materiales
de todo tipo y entre ellos un cortometraje en 16mm -no existían YouTube ni
videos en distintos formatos- donde se registraban los avances de la robótica
en la línea de ensamblaje de General Motors.
Causaba asombro ver todos esos
brazos mecánicos danzando alrededor de un automóvil, completando operaciones
que desde que se creó la industria involucraba a cientos de operarios. Las
reflexiones posteriores derivaron en una pregunta central: si la robótica
siguiera avanzando, ¿qué pasaría con el trabajo humano? Entonces aparecieron
dos hipótesis. Una fue imaginar que tras los muros de las fábricas pasaban los
autos cargados de familias rumbo al campo, para compartir un picnic en familia,
un grupo de amigos con sus cañas de pescar o cualquier otra variante de
esparcimiento. Mientras tanto, las máquinas trabajaban por ellos. La otra
hipótesis fue que, a lo largo de los muros, se desplegaran familias enteras,
hambrientas y desarrapadas, que habían quedado sin trabajo y sin sustento
porque fueron reemplazadas por los robots.
Año 2016. Citamos un artículo publicado por el portal Factor
Humano: "El Foro de Davos advirtió recientemente que la economía mundial
podría perder de aquí a 2020 cinco millones de puestos de trabajo por culpa de
las máquinas inteligentes y las transformaciones que éstas comportarán. La principal
novedad de esta cuarta revolución industrial es el efecto en sectores tan
resguardados hasta ahora de los robots como los servicios o la atención a las
personas".
Treinta y seis años antes, el fenómeno comenzaba a hacerse visible.
Hoy es una realidad en crecimiento, lo que justifica el título de la nota en el
portal: "Robots, ¿amigos o enemigos?" Es una pregunta que necesita
respuesta y que de algún modo coincide con las formuladas en 1980. Naturalmente
hay defensores y detractores.
Según se registra, la
intervención de robots en el trabajo ha aumentado un 20% en los últimos 5 años,
incluyendo el sector servicios, uno de los que más se encontraban a salvo de la
invasión, alcanzando la cifra de 1.200.000 de aquel tipo de equipos en
actividad en el mundo. Ha reducido los costos de fabricación en varios rubros
y, por supuesto, los conflictos laborales. Con un robot no se discute ni se
negocia. Los defensores del avance de la robótica alegan que nos permite
concentrarnos en actividades que las máquinas no pueden hacer por nosotros. A
la vez genera empleo en ciertas áreas de ingeniería. Hay que ver si esto
equilibra la balanza.
Según Pere Horns, director de
Ingenieros Industriales de Cataluña, "eso depende de nosotros y no de los
adelantos tecnológicos. La tecnología está y no aplicarla allí donde nos hace
más eficientes no sería demasiado inteligente. Tenemos que ser capaces de
construir modelos económicos que hagan que dicha eficiencia nos beneficié a
todos". Es decir, no es un tema menor, sino comparable al calentamiento
global o el agujero de ozono, temas que gozan de mayor visibilidad. No se trata
de la destrucción del planeta que habitamos, de por sí muy grave, sino la del
trabajo como medio de subsistencia.
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