Por Luis del Prado, Rector de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas - Instituto Universitario). Socio de Marble Tree Group - Consulting Firm
Ricardo II es la primera de las ocho obras que Shakespeare escribió sobre la historia británica en la época de la Guerra de las Rosas.
Ricardo
es el clásico líder narcisista, siempre hablando de sí mismo y siempre viéndose
a sí mismo como una estrella.
En este caso, Shakespeare hace una profunda disección de la relación entre la persona y su puesto. Durante buena parte de la obra, Ricardo está acosado por su primo Bolingbroke (el futuro Enrique IV), un personaje con una visión más moderna acerca de cómo ejercer la autoridad en el reino.
En
la mitad de la trama, Ricardo es atacado por el poderoso ejército de Enrique y
en ese momento, explica claramente su percepción acerca de dónde proviene su
poder (1)
No
basta el mar para lavar el bálsamo con el que ungieron a un Rey, ni alcanza el
soplo de los mortales para deponer al elegido del Señor.
Ricardo,
como hijo mayor de su padre, es el “elegido de Dios” para ser Rey. Eso le
brinda un inmenso poder en una sociedad religiosa, ya que cuestionarlo a él
implica cuestionar directamente a Dios.
Seguramente
en la actualidad muy pocas personas creen que los reyes obtienen su autoridad
directamente de Dios, pero, sin embargo, mucha gente cree que su derecho a
actuar proviene del que está arriba suyo en la jerarquía. Algo así como afirmar
que un gerente no puede ser cuestionado porque lo nombró la cúpula de la
organización.
Ricardo
cree que no puede ser depuesto por “ningún hombre de este mundo”, pero en la
realidad que Shakespeare construyó alrededor suyo está a punto de enfrentarse
con un ejército que supera largamente al suyo.
Ricardo
dice al respecto: (2)
Por
cada hombre a quien dio Bolingbroke un acero contra esta corona, tiene Dios
reservado para su Ricardo un ángel de gloria; y si lucha el cielo, ¿crees que
los hombres lograrán vencerlo?
Ricardo
necesita un mejor ejército, pero cree que, como es el elegido, Dios va a enviar
a sus ángeles para que combatan a sus enemigos.
Esto
es parte de su noción del poder: en una batalla entre hombres y ángeles, seguro
ganarán estos últimos. Este argumento le da fuerzas a Ricardo.
A
medida que la batalla se desarrolla, Ricardo tiene que enfrentar el hecho que
los ángeles finalmente no han acudido en su ayuda y que su ejército está siendo
derrotado, pero así todo vuelve a invocar la magia de su autoridad: (3)
Lo
olvidé. ¿No soy acaso el Rey? ¡Despierta, Majestad! ¿O duermes? ¿No es acaso el nombre del Rey equivalente a
veinte mil hombres? ¡Armate! Un ruin vasallo tu nombre ataca. No bajes la
frente. En el favor de un Rey, ¿no se
sienten altos? Altos estén sus pensamientos
Si no hay ángeles ni más soldados que los del enemigo, solo queda el “nombre del Rey” que vale por veinte mil hombres.
Este
es un punto crucial teniendo en cuenta que Ricardo asume que los habitantes de
su reino lo seguirán solo porque es su Rey. El nombre del Rey, el título del
que proviene su poder, hará que la gente
se sienta elevada.
Esta
perspectiva de Ricardo no es consecuencia de ninguna locura, sino simplemente
de la creencia profunda que la gente lo seguirá solamente porque Dios le otorgó
el título de Rey.
La
batalla avanza y la realidad empecinada le muestra brutalmente a Ricardo que
los ángeles faltaron a la cita y que poco puede hacer su nombre. En pocos
minutos, la ficción de extrema fortaleza que Ricardo creó, se hace añicos. (4)
Ya
no importa, nadie hable de consuelo: sí de tumbas, gusanos, epitafios; Nuestras
tierras, nuestras vidas, todo es de Bolingbroke. Y solo puedo llamar mía a mi
muerte. Y este menguado molde, estéril fango, que sirve de cubierta a nuestros
huesos. Por Dios, sentados en tierra contemos tristes historias de muertes de
reyes.
La
realidad destruyó su visión idealizada del poder. Shakespeare muestra a Ricardo
como alguien que repentinamente se da cuenta de las limitaciones de sus
creencias.
Es un ejemplo
clásico de alguien que perdió contacto con el mundo real. La falta de relación
con sus seguidores lo apartó de la realidad.
Su
autoridad colapsó totalmente y solo le queda sentarse a contar cuentos de reyes
muertos. Dejó de ser diferente de cualquier otra persona.
Ricardo
pasó de ser un rey imbatible a alguien patético que solo posee un pedazo de
tierra en el que cavar su tumba. De ser una Majestad ungida por Dios a estar
sentado en el suelo.
No
se trata de una batalla entre ejércitos sino del choque entre dos visiones
distintas del mundo.
Shakespeare
nos muestra los límites de la visión idealizada de Ricardo cuando la confronta
cara a cara con el poder material de su enemigo.
Ricardo
ejemplifica una visión mecanicista del poder, que surge de una fuente
exclusiva: el título o la posición. Esa visión le genera expectativas acerca de
la manera con que el resto de la organización se va a relacionar con él, ya
que una concepción semejante de la
autoridad demanda obediencia total.
Sin
embargo, ese poder que aparenta ser tan fuerte, es en realidad muy frágil, ya
que se pierde la posición y no queda nada.
A
través de esta fragilidad, el Ricardo II de Shakespeare demuestra que, en el
mundo moderno (incluso en el siglo XVI), este tipo de autoridad no funciona.
Por
otra parte, en el mundo real, aparecen otras formas de poder que van más allá
de la naturaleza de los títulos que posean las personas. Ricardo no pierde la
batalla por no tener la autoridad suficiente, sino porque no tiene el
suficiente capital fáctico, expresado en este caso en número de soldados. Al
final de la obra, Ricardo es depuesto y asesinado.
Esta es una lección
vital para los líderes, porque muestra claramente que si uno pierde contacto
con el mundo en el cual actúan los seguidores, en definitiva está perdiendo
contacto con la realidad.
Y perder contacto con la realidad conduce
inevitablemente al fracaso.
La realidad siempre gana.
La realidad siempre gana.
[1] Shakespeare, William. Ricardo II. Acto 3 Escena 2.
2 Shakespeare, William. Ricardo II. Acto 3 Escena 2.
3 Shakespeare, William. Ricardo II. Acto 3 Escena 2.
4 Shakespeare, William. Ricardo II. Acto 3 Escena 2.
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