Por Guillermo Ceballos Serra
Hace un tiempo leí una nota del Washington
Post, titulada “Do 10000 baby boomers
retired every day?” El artículo comentaba que había 76 millones de personas
nacidas en los Estados Unidos entre 1946 y 1964 y que un periodo de 19 años se retirarían
a un promedio de 11000 personas por día. La mayor preocupación del autor era
que esa cantidad pasaría a recibir atención médica y servicios de la seguridad
social con los consiguientes incrementos de los costos para la administración pública.
Sin duda, una sana preocupación para
político serio, pero la preocupación, aunque genuina, no necesariamente cuenta
con un fundamento absoluto. En efecto,
el mero cumplimiento de la edad necesaria para acceder a los beneficios
jubilatorios, no significa que dichas personas estén deseosos de disfrutarlos
ni persiguiendo la condición de retirados.
Hoy en día, con los avances de la
medicina, la creciente conciencia por el cuidado personal, la práctica
deportiva constante y mesurada, se prolonga la vitalidad y utilidad de las
personas al punto que podría considerarse ridículo “permitirles” gozar de dichos beneficios cuando podrían continuar desempeñándose
en la vida corporativa activa por mucho tiempo.
Recordemos las fotografías de
nuestros padres o abuelos a los 50 años, exhibidos como reliquias vivientes;
ahora, más allá de las modas y mucho más
de la estética, se ha cambiado en un
sentido más profundo, se ha cambiado por el concepto de vida activa, de vida
con proyectos y esencialmente vida con ganas de vivir.
En un sentido jocoso, podríamos decir
que estas personas, retirados a los 65 años, disfrutan de un beneficio casi por
tantos años como los que les tomó hacerse acreedores de los mismos. Por favor,
no quisiera que se me malinterprete, quien trabajó 35 o 40 años tiene todo un
derecho merecido a disfrutar de su retiro, pero ¿cuántos son forzados a
hacerlo?
¿Qué significa esto en el mundo corporativo
actual ávido de millennials? Significa
ni más ni menos que desperdicio de talento, oportunidades desaprovechadas, descapitalización,
miopía gerencial, en particular, cuando se aceleran retiros a cambio de
pensiones corporativas o incentivos económicos de todo tipo para hacer lugar a
nativos informáticos.
Hace un tiempo atrás, un amigo de
unos 55 años, se encontraba en situación de transición laboral luego de haberse
desempeñado por 30 años en la misma empresa de tecnología, donde avizorando los
tiempos adversos que se acercaban, negoció su retiro inteligentemente.
Pidió mi opinión para enfrentar una
entrevista laboral por primera vez en tres décadas. Mi primer comentario fue: “Si
te entrevista alguien menor de 35 años te verá como un dinosaurio, por lo que
le vas a tener que explicar que es lo que hiciste para que pueda entenderte”.
Repasando su trayectoria le hice
notar, que se había desempeñado en una empresa que había tenido sucesivos
cambios accionarios; capitales italianos, estadounidenses, un consorcio de capitales,
franceses, etc. Observé que había comenzado a trabajar en el área técnica, pero
que había continuado por marketing técnico y finalmente el área comercial. Recordé
también que había realizado exitosamente una expatriación en Italia y
recientemente otro paso exitoso de tres años durante el apogeo de la Venezuela
bolivariana.
En síntesis había acumulado retos y experiencia suficiente como
para dirigir una maestría de negocios. Nadie más lejos que él de ser un
conformista o timorato incapaz de aceptar desafíos. Tuvo una entrevista muy
satisfactoria, pero no ingresó porque el proyecto para el que lo consideraban no
se concretó; su siguiente intento en otra compañía resultó con toda lógica de
manera exitosa. Alguien tuvo la amplitud mental de romper un paradigma en el área
de la tecnología donde la juventud es quizás el atributo más valorado.
Muchas organizaciones se jactan
de contar con salones para mascotas, lugares para dormir una breve siesta, teletrabajo,
jornadas de medio día, etc. y esencialmente realizan un profundo benchmark continuo
sobre que ofrecer a los representantes de la generación Y.
¿Qué hacen por atraer y retener a sus babyboomers? ¿Tienen el mismo
entusiasmo para descubrir que puede aumentar la satisfacción en el trabajo de
los BBs? ¿Acaso se les ha agotado la imaginación? ¿Será que no se dieron cuenta
hay una gran oportunidad latente y vigente al alcance de la mano?
Muchos podrán argumentar que los
Gen Y son el futuro, es cierto, pero no todo futuro es venturoso; me permito recordar que los BBs son sencillamente
el presente. Son a quienes recurren las organizaciones cuando vislumbran una
crisis propia o del contexto, son el
puente que hay que recorrer para concretar a ese futuro que deseamos.
No hay generaciones mejores que otras, la juventud no es sinónimo de
éxito, ni la madurez sinónimo de sabiduría. Está, ciertamente, en la
amalgama de talentos diversos donde encontramos el equilibrio virtuoso que
nuestras organizaciones necesitan.
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