En
general se habla mucho de retención de talentos en las organizaciones, pero muy
poco acerca de la retención de los altos ejecutivos talentosos. Pareciera que
los altos ejecutivos se van únicamente cuando las compañías prescinden de sus
servicios cualquiera sea la causa.
Sin
embargo no es así, muchos ejecutivos se marchan voluntariamente por una
infinidad de razones. Es obvio que los índices de rotación del nivel ejecutivo
son infinitamente más pequeños que el segmento de la famosa generación Y.
Para
ello, contribuyen muchos factores, en primer lugar un factor aritmético, la pirámide se angosta a medida que se acerca
uno al vértice organizacional y las posibilidades de cambio son menores; pero desde
luego no es el único.
En
algunas legislaciones, como la Argentina, las indemnizaciones por despido sin
causa, son proporcionales a los años de servicio sin un tope máximo de años, por lo que un ejecutivo con dos décadas
de servicios en la misma compañía, estaría en condiciones de percibir veinte
salarios (con tope por monto) en caso de que prescindieran de sus servicios, lo
que le generar una verdadera póliza de seguros de desempleo nada despreciable,
a la que se renunciaría por el mero cambio de empleador, estableciendo de
facto, un anclaje con el empleador actual. Otras legislaciones, como la chilena
o la uruguaya, tienen un tope de años, pero el efecto, aunque atenuado, en menor
medida se mantiene.
Otros
factores de anclaje son: el conocimiento de los factores de poder, de negocio,
el capital relacional en la organización actual; habría que incluir también el
temor al cambio, a lo desconocido, a aprender nuevos modelos, el temor a no
poder revalidar los laurales, el temor a desafiarse, a realizar un esfuerzo adicional
de resultado incierto. En particular estos últimos factores de anclaje los
encontramos generalmente en el grupo de ejecutivos NIC, “nacidos y criados” en
la organización.
Ahora
bien, ¿anclaje es sinónimo de compromiso?
Anclaje claramente es un amarre, pero no
necesariamente voluntario, como lo es el “amarre” de quien está comprometido.
Anclaje
en estas condiciones sería semejante al estado del ejecutivo “prisionero” en
una jaula de oro (organización) sea que
permanezca por temor, por no disfrutar lo que hacen, “padecen”, en síntesis, de una estadía en un “hospital” con muy buena
hotelería.
Algún
amigo lector podrá decir: “yo estaría dispuesto a padecer de esa forma” y sin
duda habría mucha gente dispuesta a tomar el lugar, pero para quien lo ocupa
actualmente puede resultar en una "monotonía insufrible e interminable” a la espera de un “early retirement” para
disfrutar de una pensión corporativa.
Distinto del
anclaje es el blindaje.
Es el caso que se produce cuando la organización decide proteger a un ejecutivo valioso y comprometido de la tentación de escuchar ofertas de terceros o al
menos de aceptarlas.
En
una organización con recursos, ningún
alto ejecutivo debería irse por motivos relacionados a su paquete remuneratorio.
Definitivamente la compañía estaría haciendo muy mal cosas básicas si ese
fuera el caso.
Las
causas posibles por las que un ejecutivo maduro y bien posicionado optara por
irse debieran ocurrir por motivos muy diferentes.
Un
nuevo proyecto desafiante en otra corporación, reconocimiento público o profesional, cambiar a otro sector de la economía, un
emprendimiento personal, tiempo para actividades de cualquier tipo (aun recreativas), por mejor
calidad de vida en el país o en otro; la lista sería infinita, pero no hay que
perder de vista que hay muchos ejecutivos con lealtades racionales y aún afectivas hacia sus empleadores actuales, que no
temen desafiarse, son capaces de asumir los riesgos de un cambio; aquellos con
un sano inconformismo que los hace considerar que no han llegado a una meta sino
que simplemente se encuentran en tránsito a la próxima estación.
Podríamos decir que en alguna manera, las causas que los motivarían a emigrar se asemejan a los de la generación Y, excepción hecha de que los altos ejecutivos pueden acreditar una trayectoria plena en logros muy significativos y por ende, mucho puesto en juego.
Organizaciones
y ejecutivos no debieran sorprenderse cuando estos temas surgen, es natural que ocurra en algún momento de la vida, más una sana relación
debería haber generado un “blindaje emocional” no pecuniario, que considerara y
se ocupara con anticipación de estas expectativas individuales.
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