Por Hector Mario Rodriguez - Economista, Portfolio Manager, Provinfondos.
En 2008, cuando se hizo evidente que el desmanejo de las cuentas públicas en EEUU habían superado todo contrapeso de optimismo que la prensa y los vendedores de humo podían aportar, se desplomó una burbuja. Otra más. Antes habían sido las “punto.com”, antes la deuda de América Latina y otros emergentes, antes la deuda soberana del Sudeste Asiático, antes…hasta llegar a los bulbos de tulipanes en el siglo XVII.
El capitalismo tiene esta característica intrínseca a la que hay que habituarse, so pena de ser arrastrado por la ola: destrucción creativa. Épocas de bonanza provocan complacencia y laxitud, lo que actúa procíclicamente inflando valores de los activos (reales y/o financieros) hasta que un cambio de humor, una advertencia de “exuberancia irracional” , una quiebra empresaria o un atisbo de racionalidad en los ejecutores de política pública, pincha el globo y vuelve los precios a tierra firme. En este proceso, bastante darwiniano por cierto, suelen desaparecer “especies” no suficientemente aptas para tales cambios de escenarios. Son aquellas empresas que se montaron sobre bases falsas, aquellos empresarios que jugaron a esta ruleta ocasional y muchos empleos que se sustentaban en meras burbujas especulativas. También se diluyen fortunas, o cambian de mano. Los costos humanos se miden en términos de desempleo posterior, tanto más crónico cuanto más exacerbado el furor previo y cuanto peores las políticas públicas que lo combata.
Esta realidad podría ser menos virulenta si no interviniera el Estado emitiendo moneda y deuda remunerada; y, muchas veces, gastando para “mantener la actividad”.
El Estado no es un rey rico que reparte su fortuna. Es un mecanismo de administración de fondos de terceros: nosotros, los contribuyentes. No crea más valor que el que se genera al garantizar el cumplimiento de los contratos (Justicia) en un marco de paz (Seguridad y Defensa) brindando normas justas de aplicación racional (Parlamento).
El resto es discurso demagógico. Y cuando la demagogia afecta al mercado laboral, sus responsables suelen salir indemnes ya que las consecuencias estructurales se dilatan en el tiempo. Corolario: los demagogos ganan elecciones creando empleo insostenible y por lo tanto, desempleo futuro innecesario.
Acallados parcialmente los estruendos del pinchazo de la burbuja inmobiliaria y bancaria de 2008 en EEUU y varios otros países, despuntó una nueva irrealidad, antes desapercibida: Grecia no es Alemania. Los euro-escépticos, que abundan, identifican a las nuevas amenazas como PIIGS, usando un acrónimo que une a Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España y que tiene implícito el sustantivo-adjetivo “cerdos” en inglés.
Y hoy el mundo se encuentra pendiente de lo que ocurrirá con un potencial referéndum que el Primer Ministro griego quiere realizar en su país, para aprobar o no la ayuda que le quiere ofrecer el resto de Europa, si bien condicionada.
En Europa se dirime el futuro de Grecia, como democracia y como territorio para vivir y trabajar en paz. Gastó mucho más de lo que producía, se endeudó en demasía, comprometió recursos futuros y convenció a su población que eso era sustentable gracias al Euro. Mintió en las estadísticas, probablemente con anuencia o negligencia de sus acreedores.
Pero también se dirime el futuro de los otros PIIS, ya que el contagio de una mala salida para Grecia afectará a portugueses, irlandeses, españoles e italianos. No en vano, la Madre Patria prohijó los Indignados e Italia no obtiene financiamiento soberano por debajo del 6% anual. La solución de Grecia será un modelo de la solución para los otros europeos entrampados en una Unión que debió ser mejor explicada a sus ciudadanos.
Está en juego, por lo tanto, la perdurabilidad del Euro. Un invento genial de las macro-finanzas contemporáneas que olvidó un detalle: la moneda fiduciaria es pasivo no remunerado de los países que la emiten y como pasivo, debe correlacionarse con la solvencia patrimonial del emisor. Si cada país va a tener su propia Tesorería, su propio régimen impositivo, su propia política de gasto público; el invento es garantía de problemas. Los países menos prudentes aprovecharon la bonanza de tasas de interés menores, por su apareamiento a los de mayor solvencia fiscal, y comprometieron futuras generaciones con pasivos impagables.
Como efecto inmediato, la restricción al gasto público y privado – expresado en menores niveles de consumo e inversión deseados – contraerá la actividad y mostrará redundancias de capital y mano de obra en diferentes regiones y países. Un desempleo que no deberá ser calificado como “estructural” ni como “friccional”. Simplemente un “desempleo innecesario”, que surgirá de las consecuencias de malas políticas públicas, muchas veces fundadas en analfabetismo económico y financiero y auspiciadas por gobiernos demagógicos que ya no están en funciones.
Por eso, lo que se dirime en Europa es algo de mucha mayor envergadura: la calificación de la demagogia como un delito de traición a la Patria y en el caso de países de la relevancia de los citados, como un delito de lesa humanidad. Esos demagogos que aprovecharon la bonanza transitoria, actuando procíclicamente, engatusando a innumerables empleados y empleadores (votantes al fin) deben pagar el precio de su falta de moral. Esta crisis es una crisis moral, pero no sólo por los delincuentes tipo Madoff sino, principalmente, por los demagogos que extendieron el concepto de Estado del Bienestar hasta su quiebra definitiva.
[1] Famoso concepto de Alan Greenspan, anterior presidente de la FED, con motivo de los valores de las “punto.com”.
2 comentarios:
Excelente analisis. Gracias Guillermo por compartirlo. Rodolfo Sarno
Hola Rodolfo, gracias por participar, Hector es un querido amigo de colegio,con una gran capacidad de analisis de los temas.
Un abrazo
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