FEBRERO 2024

domingo, 4 de abril de 2010

SABER VER LA REALIDAD




Por Horacio E. Quirós
Director Corporativo de Recursos Humanos en el Grupo Clarín.

Un estudio de mundial realizado por The Boston Consulting Group para la World Federation of People Management Associations - WFPMA, publicado en 2008, analizó los desafíos que unos 5.000 directivos de Recursos Humanos pertenecientes a 85 países, identificaban para los próximos años. Uno de los hallazgos más sorprendentes de ese estudio, fue la enorme coincidencia de los temas que preocupan a nuestros colegas de todas las regiones del planeta. Se identificaron más de quince y de ellos, en el tercio crítico en el que se consignaron los de mayor importancia futura, los de mayor relevancia y para los cuales se aceptó no tener buenas capacidades aún para lograrlo, los cinco más destacados fueron: “Manejar el Talento”, “Mejorar el Desarrollo del Liderazgo” y “Transformar RRHH en un Socio Estratégico”, “Manejar el Cambio y la Transformación Cultural” y “Manejar el Balance de vida Laboral y Personal”.

En principio podríamos concluir que “no hay nada nuevo bajo el sol”, nada que no sepamos ya. Exceptuando tal vez el último tema mencionado, que es un problema más reciente y demandado, sobre todo por las nuevas generaciones de trabajadores, los otros han sido motivo de desvelo de las organizaciones y han ocupado la curricula de la formación especializada y el contenido de los libros por décadas. Una lectura adicional podría ser: “no importa donde estemos, todos enfrentamos más o menos la misma clase de problemas y desafíos”.

Ahora bien, aunque se trate de los mismos temas y nos basemos en los mismos libros y el estado del arte para cada uno de aquellos, no es lo mismo liderar nuestra función en un banco, en una mina, en una planta química, o en una flota pesquera en el mar austral. Tampoco es exactamente lo mismo hacerlo en Londres, Guayaquil, Montreal, Malawi, Oslo, Kabul o Buenos Aires. Obviamente las realidades y los escenarios no son los mismos en todas las regiones y países.
Nuestra profesión es básicamente situacional y parte de ese arte es interpretar la realidad para luego adaptar las prácticas a la misma. El profesor Dave Ulrich de la Univ. de Michigan (USA) comentaba hace unos años, que un estudio hecho con CEOs de empresas del Silicón Valley mostraba que una de las primeras competencias que ellos más valoraban en sus directivos, era “reality check”, saber “leer” y comprender la realidad circundante.

Todos nos formamos con casi los mismos libros y mismas ideas, pero aprender a interpretar y conocer “nuestro campo de juego”, esto es: la región, el país, la cultura, la industria, la empresa, los escenarios, es clave. Es como la situación de dos médicos egresados al mismo tiempo de una misma universidad. Si uno ejerce su profesión como clínico general en un barrio acomodado de Buenos Aires, seguramente deberá ocuparse de atender casos de stress, depresión, hipertensión, sobrepeso, bulimia o anorexia, etc. mientras que su colega, clínico general en un bosque chaqueño, seguramente tendrá que atender picaduras, partos, desnutrición, infecciones, parasitosis, lumbalgias, accidentes de trabajo, etc.
En países menos desarrollados y más expuestos a escenarios económicos políticos e institucionales cambiantes y complejos, como es el nuestro, crece en importancia esta capacidad de análisis y adaptación, pues en no pocos casos “la macro” del país, afecta “la micro” de las empresas. Basta recordar los efectos de p. ej. la hiperinflación de finales de los 80s o las consecuencias de la crisis económica y política de 2001-2002.
En las siguientes líneas, me propongo ejemplificar a qué me refiero y daré mi punto de vista, que no pretende ser más que eso, una opinión, con las limitaciones que la subjetividad y las restricciones de extensión que un espacio valioso como éste, me imponen.

No me internaré en los aspectos profesionales, porque asumo que mis lectores los dominan, sino que me concentraré en el análisis de los escenarios.
Sabemos que Argentina no pertenece al club de los países desarrollados, pero tampoco es fácil ubicarla entre los países que están trabajando y avanzando en su desarrollo. Muchos signos evidencian un país en decadencia, muchas décadas caracterizadas por ciclos recurrentes de caída y recuperación, en las que es fácil ver una tangente de tendencia descendente, en muchos de los campos que permiten evaluar el grado de avance y de calidad de vida de una sociedad.
Actuamos en un escenario de creciente pobreza, poca inversión, precarización laboral, clientelismo político que afecta la cultura del trabajo, un modelo económico que muestra signos de agotamiento, inflación muy alta y creciente, calidad institucional frágil, inseguridad jurídica, falta de transparencia, turbulencia social, conflictos que no se resuelven por las vías normales, indisciplina social, piquetes, huelgas salvajes, frustración y polarización (inducida) de la población y se podría agregar más.

Aunque podamos compartir con nuestros colegas europeos las dificultades de conseguir talento o lidiar con el desarrollo del liderazgo, definitivamente “esto no es Suiza”.
Se podría decir que la precedente es “una visión negativa de la realidad”. Yo me inclino a considerarla “la visión de una realidad negativa”. Aceptar su crudeza nos permite ver las brechas y adonde están las posibles vías para una solución.
Sería injusto cargar todas las tintas sobre el presente ciclo de gobierno, fácilmente clasificable entre los muchos malos que hemos tenido, pero que no se diferencia demasiado de la sucesión de desaciertos que salvo contadísimas excepciones, fueron edificando esa decadencia que nos trajo a donde nos encontramos ahora.

A lo largo del tiempo, muchas cosas fueron pasando en temas que, en forma directa o indirecta, afectan nuestro campo de acción. Algunas podrían ser consideradas casi aberraciones por cualquiera de nuestros colegas del mundo, pero la sociedad argentina y nosotros mismos, los fuimos aceptando casi naturalmente. Como en el ejemplo de la rana que no percibe el calentamiento gradual del agua que un día generará su muerte, son parte de nuestro panorama, de nuestro día a día, pero ya casi lo aceptamos como algo natural, como algo dado. Y como vamos dejando de percibirlo como anomalía, lo asumimos como razonable, como una ley de gravedad en la que hacemos los negocios. Esa realidad distorsionada nos anestesia, no alcanzamos a verla y ya no hacemos nada al respecto, salvo adaptarnos.

Veamos algunos ejemplos:
Estamos entre los tres países con más alta inflación del mundo, con costos laborales crecientes en dólares.
La desocupación formal es alta y la mitad de los argentinos que trabajan lo hacen en la informalidad. No solo esto es fruto de los desaciertos en la economía, la legislación laboral argentina, es una de las más completas, pero también conceptualmente una de las más rígidas. Los últimos cambios legislativos afirman ese camino de rigidez en lugar de revertirlo y hay voces románticas que siguen discutiendo si debemos volver a la legislación de 1974 ó 1972, como si todavía usáramos papel carbónico y las PCs y la robótica no existieran. Cuando la rigidez es la regla, la flexibilidad llega por vía de la informalidad.
“Ver la realidad” implica aceptar que el empleo en nuestro país lo dan las Pymes en más de un 90%. Hoy sólo la mitad de lo que paga un empleador como costo laboral, llega a sus trabajadores. Mientras los costos laborales no sean revisados y los riesgos económicos de una relación laboral puedan poner en riesgo la propia empresa, no habrá buen empleo en la Argentina. En un país desarrollado los salarios tienden naturalmente a ser altos y la calidad de vida de los trabajadores está en general asegurada. Un país empobrecido y con millones de personas que no trabajan, que ya ni buscan trabajo, tiene que revisar seriamente sus políticas de empleo y su legislación que contribuye, tal vez sin quererlo, a perpetuar esa precariedad.
Los planes de ayuda a desocupados fueron una solución inteligente y efectiva en medio de la crisis del default. Su mantenimiento y estratificación con ingredientes de clientelismo político, además del costo que tienen, fomentan el “no trabajo”, o la dedicación a algo que no agrega ningún valor y claramente fomenta la informalidad, pues nadie quiere perder ese ingreso si logra conseguir un trabajo “en blanco”.

En este escenario con desocupación y con una ocupación de mala calidad, el sistema jubilatorio al que entusiastamente eligió volver la Argentina, no puede financiarse por la relación de activos/pasivos. Más, si mucha gente se jubila sin haber trabajado, ni aportado antes. Sólo puede sostenerse en base a aportes adicionales provenientes de impuestos y sin pagar debidamente las actualizaciones que los ex trabajadores deben reclamar por vía judicial. Derechos como el 70% o el 82 % móvil, no se verifican en la realidad, donde cada vez más y más jubilados y pensionados reciben una prestación mínima en lugar de un salario diferido –eso es la jubilación – actualizado. Salvo excepciones, en general los sindicatos se olvidan de acordarse de sus ex trabajadores.

Es dable pensar que la calle continuará siendo un escenario de la puja política y sindical. Esto se producirá en un escenario de fuerte puja redistributiva de ingresos frente a la inflación y un Ministerio de Trabajo de la Nación que ha ido perdiendo autoridad a punto tal, que antes de dictar una conciliación obligatoria, debe asegurarse de que las partes la respetarán.
Paradójicamente esto ocurre con uno de los equipos más profesionales y serios que hemos visto en ese Ministerio en mucho tiempo, pero que tal vez esté pagando el precio de haber tenido que ir aceptando las presiones e intervenciones desde lo más alto del poder.

Es imperativo volver a restaurar el respeto de las leyes y respeto al rol del Ministerio de Trabajo de la Nación y de todas las autoridades de Trabajo en la República.
Como no se controló el daño que la inflación causaba a las indemnizaciones por accidentes de trabajo y que le hacían perder vigencia, ni se actuó con rapidez para enmendar lo que fuera necesario ante el primer cuestionamiento de constitucionalidad de algunos artículos, nos quedamos sin ley, la gente desprotegida y los abogados recuperaron nuevamente un pingüe negocio. La nueva ley no ayuda mucho, no termina de dar certeza y encarece aún más los costos.

Como no se controlaron y se sancionaron adecuadamente los abusos en la aplicación de Pasantías y beneficios para el empleo joven, se modificaron las leyes de forma tal de que ya es muy costoso tomar pasantes y así se ataca el corazón mismo de la generación de trabajo, para los que quieren aprender e iniciarse en la vida laboral.
Como no se revisaron las leyes para adecuar el nivel de las comisiones, ni se controlaron los abusos de las AFJP, se prefirió eliminar un sistema que pudo ser una salida inteligente para resolver el problema insoluble de la quiebra del sistema de reparto. Así la Superintendencia que debía controlar no controló, quién debía vigilar y abogar por que se lograra el máximo rendimiento posible de los fondos de los aportantes, los afectó, obligando a comprar títulos “defaulteados”, y por último, quién debía actuar como garante de los fondos intangibles de los individuos frente a la voracidad de las AFJPs, se quedó con esos fondos. El policía que debía controlar resultó ser un ratón que se comió el queso a su cuidado.

Si no sabemos “leer” la realidad e interpretarla, poco podremos hacer para comprender por donde dirigir nuestros pasos. Si nosotros, que somos gente de comunicación en nuestras organizaciones, nos confundimos como muchos otros de nuestros conciudadanos en la maraña de información confusa que nos rodea, estaremos perdidos y a merced de la realidad, o de los intereses de otros.
Permítanme dar dos ejemplos más para ilustrar cómo la comunicación a veces puede resultar “tramposa”. Cuando en medio de las discusiones por la Resolución 125 todos los medios de comunicación y la gente común comenzaron a hablar de “paro agropecuario”, el gobierno ya había perdido su primer batalla en esta confrontación. Para la sociedad argentina en general un “paro” tiene connotaciones reivindicativas y de defensa de derechos mucho más aceptadas y que generan más simpatía y aprobación, que un “lock out” patronal, lo que verdaderamente ocurrió. Por el contrario, el gobierno tuvo una victoria contundente, cuando logró “instalar” la necesidad de recuperar para los trabajadores y jubilados, “los fondos de las AFJP”, cuando en realidad lo que estaba haciendo, sin decirlo, era quedarse con los ahorros legítimos de los trabajadores, una propiedad que por la legislación vigente hasta ese momento, el Estado debía garantizar a todos los efectos. Bien sabía el gobierno a esa altura que debía poner el énfasis en las AFJP, a las que nunca supo controlar y prefirió demonizar. La población compró, una vez más.

Argentina es el octavo país del mundo por su extensión y uno de los más ricos en recursos naturales. Uno podría imaginar que ser propietarios de esa riqueza, podría darles a sus habitantes, uno de los mejores lugares del planeta para vivir. Es casi un desafío intelectual, explicar por qué tenemos tantos millones de pobres y de indigentes. Con la legislación actual y los paradigmas ideológicos que impiden repensar esquemas y prácticas ideadas para proteger y dar seguridad en otro siglo, pero que en definitiva las quitan en nuestro tiempo, nada podrá ser cambiado. Sólo continuaremos creando precariedad y entonces, la utopía del trabajo decente, como lo define la OIT, tardará muchas décadas en llegar, si llega, a los que más necesitan.
Un proyecto sólido de recuperación para sacar a la Argentina de este proceso decadente implicará, al menos en nuestro campo profesional, imaginar nuevas formas prácticas que reglen la relación laboral y las relaciones de convivencia entre los trabajadores y sus empleadores. Fácil es decirlo, pero muy difícil hacerlo, al menos con las actuales actitudes y conformación de las clases política, empresarial y sindical de la Argentina.

Siguiendo el ejemplo de la rana, nuestra aclimatación casi patológica a una realidad alienada y distorsionada, nos convierte en eficientes profesionales, admirados por colegas de otros lares por nuestra maravillosa capacidad de adaptación, lo que nos permite gestionar en forma relativamente fácil, en escenarios inimaginables para ellos.
Pero: ¿podemos estar realmente orgullosos de ello? ¿No será el tiempo de detenernos a reflexionar? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar? ¿No habrá llegado ya el tiempo de proponernos ir más allá en nuestra profesión y no solo trabajar para adaptarnos a la realidad, sino procurar influir para intentar cambiarla y mejorarla?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como siempre, Horacio realiza análisis realistas expresados en forma clara y directa. Me siento representado en la visión del país y de la realidad laboral que describe y ejemplifica.
Felicitaciones!

Horacio Bolaños