Por Horacio Gennari. Fundador y Presidente del Directorio de Business Bureau.
Que mejor podía estar Lucrecia (Lu) que trabajando
desde su nuevo departamento, alquilado con mucho esfuerzo y bajo garantía de
sus padres. Era mínimo, pero vestido con buenos colores y con permanente música
“chill out” le daban la atmósfera ideal para querer estar siempre allí. Lu
podía caminar descalza por él, ya que su profesora de yoga le había enseñado
que a través de la planta de sus pies y complementando con una buena
respiración, el “prana” fluiría por su sistema nervioso dando más armonía a
cuerpo y mente. Coronaba el cuadro unas lindas velas aromáticas que le había
regalado Agustín (Agus) su reciente compañero conocido en Tinder y con quién ya
llevaban algunas semanas de tórridos intercambios. Lu se sentía feliz, sobre
todo porque la empresa había anunciado que hasta marzo del año entrante no
debería volver a la oficina. Esto significaba ahorrarse un par de horas en el
138 y estar expuesta a los consabidos peligros de la calle. Ella odiaba la
cercanía colectiva de extraños que encorsetados viajaban casi cual ganado. Su casa
era estar en el paraíso, ya que podía manejar sus horarios fácilmente, en el
Zoom se “muteaba” y hasta apagaba su cámara, salvo cuando aparecía algún
retrógrado jefe que le exigía prenderla. La elasticidad de la nueva vida le
permitía usar los amenities del edificio (un par de cintas para correr y una
bicicleta). Por un momento pensó que había alcanzado su plenitud y nada más
quería que el futuro fuera igual o parecido a este pandémico presente. Lu se
sentía a resguardo. Ella era feliz aquí y ahora y era consecuente con un libro
que había leído (en realidad en forma salteada y unas pocas páginas) acerca que
lo importante es el hoy ya que lo demás vendría solo.
Tengo muy claro que ciertos relatos míos deben parecer
que vienen emanados por alguien que aún vive en el paleolítico. Desde este
espacio he combatido la “educación a distancia”, la adoración casi religiosa
por el “home office”, la estupidez de una sociedad “donde no se premie el
mérito” y hoy vengo a entrarle de punta a una de las más sublimes de las
necedades como es la “zona de confort”. Primero vamos a definir a dicha zona
según el entendimiento más masivo, que es el de un espacio donde una persona
sencillamente se encuentra cómoda y satisfecha, manteniendo allí un equilibrio
entre sus ingresos y necesidades. Vive bien con lo que tiene, le gusta lo que
hace, no quiere salirse de ese espacio y cree incluso que manteniendo esa
posición de alguna manera mágica le vendrán más oportunidades. La persona se
siente plena y auto realizada. Su frase de cabecera es “deben aceptarme como
soy”. En estos años de pandemia comenzaron a pulular acérrimos defensores de
las “zonas de confort”, bendecidos porque la mayoría de las empresas (sobre
todo las de servicios) trataron de mantener sus plantillas de personal, pagando
sueldos para que las personas trabajen desde sus casas. Dichas empresas
entraron en estos tiempos de encierro, sin tener tanto software de control,
sistemas de reuniones ni nada de todo lo que en Silicon Valley existe. Para
aquellos que no tienen hijos, que quizás viven solos o en pareja, con muy buena
banda ancha y están en empresas que no requieren de contactos interpersonales
presenciales, sin dudarlo que esto fue y es un enorme encantamiento.
El gigantesco y monumental error de los que piensan de
esta forma, es creer que el futuro será una mera traslación del presente. En otras palabras, que todas las variables
sociales, económicas, competitivas seguirán iguales desde hoy y hacia siempre
jamás. No solo no será así, por el contrario, en situación post pandemia
aparecerán aquellos que saldrán muy rápidamente de su “comodidad” para ascender
y ganar más que los apoltronados en onda zen. A la inversa, aquellos lobos
esteparios que creen que llegaron al paraíso por que pueden trabajar desde su
living verán como indefectiblemente en cuestión de unos pocos años quedarán
cada vez más atrás en la pirámide social-económica. Una persona que no esté
expuesta a la efervescencia de un grupo, a estar bajo presión de ambientes
laborales competitivos o que no pueda aprender de terceros y que no tenga el
coaching de pares o superiores se tornará calmosamente en un perdido pez sin
cardumen y ya ni siquiera será ese lobo antes mencionado. Messi es más Messi
por que juega contra los grandes. Si jugara siempre con equipos de ligas
menores, la ley del mínimo esfuerzo también le correría a nuestro ídolo. En
tiempos pasados, cuando aún los modernos no habían irrumpido con estos léxicos
superficiales, pretendiendo dar por tierra que todo lo pasado era malo, todos
en el barrio bien sabíamos quién era un vago o quien la remaba todo el día. No
encuentro un sinónimo a “zona de confort” que fuera usado décadas atrás. Quizás
terminaría cayendo en palabras como dejadez, quedado, gandulería, en contra
posición a dinamismo, laboriosidad, diligencia.
Usted sabrá que en mis trabajos siempre trato de hacer
un aporte de conocimientos, tratando de desasnarme primero a mí mismo y luego a
mi seguidor. Los estudios que dieron pie a todo lo que hablamos fueron
realizados por Robert Yerkes y John Dodson en el año 1908. Llegaron a la
conclusión de que el rendimiento aumenta ante una excitación fisiológica o
mental, pero hasta un punto determinado, ya que, si se aplican demasiados
estímulos, el rendimiento decrece. Cuando los niveles de excitación se vuelven
demasiados altos el rendimiento disminuye. La curva que mejor lo ilustra es la
que ellos mismos trazaron:
Para llegar a esta conclusión, utilizaron ratas a las
que les sometían tenues descargas eléctricas para que puedan encontrar la
solución y salir de un laberinto. Las ratas que no recibían ningún estímulo
tendían a quedarse en su lugar, comer lo que tenían y solo esperaban a que le
volvieran a dar comida (zona de confort). Aquellas otras ratas que recibían
leves descargas tendían a andar por el laberinto en busca de más comida, pero
cuando la descarga era mucho más alta, las mismas ratas se alteraban de tal
manera que perdían el rumbo y trataban de escapar o terminaban chocando contra
las paredes de la caja. Por lo tanto, bajo un nivel moderado de stress, el
rendimiento y motivación eran mejores que sin los mismos.
Claramente el concepto de “zona de confort” es el
espacio donde la persona se siente segura, ya que bajo su control están las
coordenadas de tiempo y espacio. Es allí donde Lucrecia (Lu) no siente ni
ansiedad ni miedo pues no corre riesgo alguno. Alguien en algún momento deberá
decirle que, en ese rincón, nunca crecerá. Se me puede saltar a la yugular y
decirme que no crecer es una opción del ejercicio de la libertad. Sin embargo,
en la sociedad moderna, no crecer no es estancarse, directamente es retroceder
lenta e indefectiblemente en la escala de valores que Ud. decida (economía,
conocimientos, sociabilización). Con el correr de los años, esa persona
terminará entregada a la apatía, a la monotonía, al desgaste y al tedio. Será
un sombra de la radiante Lucrecia del mono ambiente con máquinas en el
gimnasio. Quedarse allí nos limita y falsamente nos da una sensación de
saciedad, la cual es una sentencia final a nuestro fracaso.
No lejos de la casa de Lucrecia y bien de mañana
temprano, Yanina salía a la calle enfrentando el viento y la lluvia. Yani vivía
aún con sus padres y compartía dormitorio, baño y sueños con su hermana Zaira.
Si bien la empresa no había sido clara sobre volver o no a las oficinas, ella
prefería salir de combate, ponerle la jeta y el cuerpo al esfuerzo y sobre todo
quería estar en contacto directo con los pocos compañeros que metían agitación
en las oficinas. Yani sentía que ese era el lugar donde se tomaban las decisiones,
donde todos podían verse y donde seguramente si hubiera oportunidad de algún
reparto de nuevas funciones y responsabilidades, ella estaría cerca de ese
“queso”. Ella sabía que detrás de un monitor y en su casa, sería más fácil que
se olvidaran de su existir. Va de suyo que en la escuela era de las que siempre
se sentaban adelante y estaba siempre a tiro de la mirada de la maestra. Se
sentía segura de si misma y creía que casi ninguna adversidad podría hacer
mella sobre ella. Era consciente que seguramente perdía un par de horas en
viajes, pero había sido formada por el ejemplo de los viejos que trabajaron de
sol a sombra durante muchos años de sus vidas. Le pregunto, ¿cuál de las dos
tienen alguna chance de llegar más lejos?
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