Por Guillermo
Ceballos Serra
“Dentro de cien
años, no importará qué clase de coche haya conducido, en qué tipo de casa haya
vivido, cuánto dinero haya tenido en mi cuenta bancaria ni el aspecto de la
ropa que haya llevado. Pero el mundo será un poco mejor si fui importante en la
vida de un niño”. Anónimo (del libro El octavo hábito, de la efectividad a la grandeza,
Stephen Covey).
Mi esposa utiliza una variación simplificada de esta frase cada vez que, en su opinión, me focalizo exagerando la importancia de algún problema o dificultad. Simplemente me dice pensando en bajar los decibeles del tema: ¿Importará dentro de 100 años? Generalmente tiene razón, pero nunca dejo de responderle: “Con ese criterio, nada importará dentro de 100 años”.
Recientemente entrevisté
una persona por una búsqueda laboral que trabaja en una empresa donde me desempeñé
por varios años y que más allá la buena evaluación que generó el candidato, tuvo
el efecto de dispararme varias reflexiones ajenas a la entrevista, pero relacionadas
con mi propia gestión durante mis años en la misma compañía.
La primera reflexión,
sí asociada al candidato, está relacionada con la pérdida de una oportunidad de
generar empatía con el entrevistador. En la era de las redes sociales, donde es
posible saber casi todo de todos, el entrevistado no sabía nada de mi a pesar
de contar con mi nombre días antes de la entrevista. No sabia si era joven o viejo, formación académica
y por supuesto ignoraba la trayectoria laboral de su futuro entrevistador, toda
información disponible en LinkedIn y parcialmente en alguna otra red.
A pesar de demostrar claramente su
interés en el proceso de la búsqueda, dejó pasar la generación de una conexión con
alguien que había transitado por los mismos lugares y seguramente conocido a varias
personas que interactuaron con ambos, hecho que podía conocer simplemente
cotejando fechas. Conocer las industrias
y las empresas, permite transmitir una conocimiento y solidez sobre los futuros
pasos que se pretenden transitar. Conocer la trayectoria e imaginar los desafíos
por los que pasó el futuro entrevistador facilita ampliamente el encuentro. No
se trata de generar un guion a seguir para toda ocasión, sino de descubrir posibles
puntos de interés y familiaridad entre las personas que hagan que el dialogo posterior
fluya más naturalmente.
Lo que sigue ya
no tiene que ver con el candidato, sino con sensaciones y pensamientos relacionados
con el modo en que percibimos hechos de hace 20 años y como evaluamos los mismos
actualmente.
Le empresa donde
esta persona se desempeña, cerró recientemente la producción de una línea de
negocios. Sucede que me tocó en suerte
estar profundamente involucrado en el mismo, primero, integrando el equipo negociador
de la compra de esa planta y posteriormente liderando el equipo de recursos
humanos con que concretamos el proceso de integración y gestión del cambio.
Debo confesar
que me dio una gran tristeza enterarme las novedades de cierre por los diarios.
Si bien me ha tocado intervenir en el cierre de plantas o en venta de compañías,
nunca en algo donde uno tuvo oportunidad de participar tan activamente en su
creación.
Obvio es decir que
mi entrevistado ignoraba toda la historia del inicio de este negocio en
Argentina (no había ninguna razón para que fuera de otra manera) y obviamente también
a los actores del momento.
Fue impactante
inicialmente, recordar la intensidad de los momentos vividos y decisiones
tomadas, los meses de trabajo previo, las noches de insomnio, la presión de la
casa matriz, las discusiones con el propio equipo, con abogados, mas todo lo
inherente a un proceso de adquisición.
Pude recordar también,
la tristeza de enterarme por los medios que la obra donde hubo oportunidad de
participar, simplemente se deshacía y por supuesto todo lo vivido era historia,
historia desconocida sobre hechos y desde luego, sobre los actores.
Me pregunté tan
pronto terminó la entrevista, ¿Valió la pena? ¿Valió la pena postergar
temporalmente a un segundo plano temas familiares u otros temas personales?
Inicialmente me
incliné a cuestionar la valoración de la relativa importancia de lo que uno
hace. ¿Lo sobrevaloramos? ¿Fue tan importante como creímos? ¿El ego nos hace
percibir epopeyas donde hubo simples escaramuzas?
¿Importará
dentro de 100 años? En caso, ¿apenas un poco más de 20 años?
La respuesta es
¡Si valió la pena! Aunque los nombres o las historias personales no
resistan el paso del tiempo, más allá del mayor o menor talento o profesionalismo
puesto en acción. Los protagonismos y
los sujetos que permanecen son las empresas, por mas que tendamos a confundir nuestro
nombre con el de la organización que figura en nuestra tarjeta de negocios.
Pienso que sí,
valió la pena e importa mas allá de los años transcurridos, se puso a funcionar
una empresa quebrada y se pudo dar trabajo a mucha gente a lo largo de 20 años
y ese efecto, seguramente permitió algunos cumplieran sus sueños, que algún niño
accediera a un buen colegio o a una carrera universitaria. Valió la pena, porque
para algunos el mundo fue un poco mejor gracias a esas historias sin nombres ni
bitácora.