Por Luis del Prado, Rector de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas - Instituto Universitario).
Socio de Marble Tree Group - Consulting firm.
Muchos lectores y espectadores de
la obra de Shakespeare sufren una
desilusión al observar como fracasan de manera estruendosa algunos de
sus personajes.
El protagonista de esta primera
parte es el Rey Lear, quien, al cabo de un largo y aparentemente exitoso
reinado cree que el hecho de tener sangre real le da poder ilimitado.
En esta obra, como en todas las
obras que Shakespeare escribió sobre reyes, hay muchas perspectivas diferentes
acerca del poder y de cómo usarlo.
El punto de vista que prevalece
en la obra es el de Lear, según el cual la autoridad proviene de su poder
personal como rey y no está dispuesto a compartir ni siquiera una pequeña
porción de ese poder con nadie.
Una de las lecciones de
Shakespeare es que cuando una persona concentra demasiado poder, existen muchas
posibilidades que dicho poder sea ejercido de forma caprichosa y arbitraria.
Si eso ocurre, el que aparenta
ser un líder con gran autoridad, en realidad es alguien frágil e inestable que
puede perder su condición en cualquier momento.
Aquel que haya ocupado un puesto
de mucho poder en una empresa familiar, una multinacional o un gobierno, en
algún momento debería preguntarse quién puede ser su sucesor y trabajar para
ayudarlo en su desarrollo.
Las tribulaciones de Lear son
centrales a casi todos nosotros, ya que el conflicto que genera la sucesión
generacional es universal.
Se dice que el que busca un
sucesor se debate entre dos deseos contradictorios: por un lado, asegurar que
la organización siga adelante y por el otro la necesidad de demostrar que nadie
puede hacer las cosas tan bien como él.
Lear había pospuesto durante
mucho tiempo el tema de la sucesión, pero ya contaba con más de ochenta años y
sentía la necesidad de desprenderse de las preocupaciones y las fatigas de la
dirección.
En la primera escena de la obra
Lear tiene que decidir cómo dividir su reino entre sus tres hijas. Y decide
hacerlo basándose en la habilidad de sus hijas para demostrarle cuánto lo aman
a través de sus palabras.
Esta decisión genera la división
del reino y crea una situación de caos que permanece a lo largo de toda la
obra.
Las dos hijas mayores acceden al
“test de adulación” que les propone el padre, pero la hija menor, Cordelia, se
rehúsa a entrar en el juego[i]:
Nada tengo para decir. Infeliz
como soy, no logro elevar mi corazón hasta mis labios. Os amo conforme a
nuestro vínculo, Majestad, ni más ni menos.
Lear se enfurece por la respuesta
de su hija menor y en ese mismo instante la deshereda y reparte el reino entre
sus dos hermanas. En ese acto demuestra que tiene el poder para hacer lo que
quiera.
En la misma escena, Kent, uno de
sus más leales colaboradores trata de que el Rey revea su decisión[ii]:
¿Qué
vas a hacer anciano? ¿Piensas acaso que el deber tiene miedo de hablar cuando
el poder se inclina ante la adulación? El honor se somete a la sinceridad
cuando la realeza sucumbe a la locura. Mantente en el poder y a tu más honda
consideración somete este arrebato sin sentido. Tu hija menor no es la que te
ama menos, ni vacíos están los corazones de aquellos que en voz baja no hacen
sonar la hipocresía.
Kent tiene el
coraje de decirle a su jefe lo que piensa, aunque ello no sea lo que Lear
quiere escuchar. Esta actitud es la que deben tener los colaboradores leales
cuando se enfrentan a decisiones catastróficas de sus superiores.
El premio a la
sinceridad de Kent es el destierro. Es imposible para alguien como Lear, con su
visión acerca del poder, reconocer un error en público y cambiar una decisión
equivocada.
Lear percibe muy
rápidamente las consecuencias de su decisión: al perder el poder, deja de tener
privilegios y cambia su nivel de vida.
Las hijas mayores
finalmente echan a Lear del palacio. Se ha convertido en un cero a la izquierda.
Una situación muy habitual en las organizaciones para aquellos gerentes que ven
debilitada su posición de poder.
Al final de la
obra lo único que le queda es el amor de Cordelia, la hija desheredada y el de
Kent, su fiel amigo, al que desterró por decirle lo que pensaba.
Lear sigue
percibiendo al mundo a través de los ojos de alguien con poder absoluto, pero el
problema es que ya no tiene más poder efectivo. Este desajuste entre su
creencia acerca de la realidad y el mundo real solo puede tener un desenlace
psicológico: la locura como consecuencia de su imposibilidad de aceptar el
cambio.
Lo trágico del
caso es que el mismo poder absoluto del que disponía Lear fue utilizado por él
mismo de manera caprichosa y, como consecuencia de ello, destruyó su propia
posición.
Las lecciones que
nos brinda El Rey Lear son duras: si proteges a la organización y a vos mismo
del cambio, vas a fracasar. Cuanto mayor es la resistencia, mayores son las
probabilidades de ser engullidos por fuerzas que no pueden detenerse.
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