Por Jorge Mosqueira
Columnista permanente del Suplemento Económico del diario La Nación (Argentina).
Ex Profesor Titular de Administracion de Recursos Humanos de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de La Matanza.
Gracias al poder de adaptación de algunas empresas, en general
tecnológicas, la generación más joven se siente en casa cuando está en la
oficina
Ha circulado la noticia, como
novedad, de que Google ha dejado de ser la mejor empresa para trabajar, luego
de permanecer en el primer puesto durante seis años consecutivos. Fue
reemplazada por otra, Airbnb, una aplicación de alquileres vacacionales entre particulares,
que nació en el año 2008, y que opera en 192 países y 33.000 ciudades.
Quien elabora la encuesta es
Glassdoor, que, como su nombre en inglés lo indica (puerta de cristal) recoge e
indaga las opiniones de los empleados sobre sus condiciones de trabajo. Es
interesante conceder una mirada al video que presenta a Airbnb, sobre el
interior de sus "oficinas", que en este caso vale poner comillas,
porque es lo menos parecido a la imagen y consecuente concepto de lo que
entendemos por tales. Más bien, se parece a un gran living, o un departamento
juvenil, que incluye graffitis decorando las paredes, sillones, un mostrador
para acceder a alimentos y bebidas, etcétera. En síntesis, un agradable y
actualizado lugar de esparcimiento donde aparecen algunas pantallas de
computación, donde se desarrollan las actividades productivas.
Tiene cierta similitud con la
serie de televisión Friends, famosa durante los 90, que de algún modo es un
anticipo de estos lugares de trabajo de la segunda década del nuestro siglo. La
diferencia fundamental es que aquel decorado cinematográfico representaba
efectivamente un bar, donde los personajes acudían luego de sus ocupaciones
laborales. Era su "after office".
La fusión es evidente. Diluye los
límites entre trabajo y vida social, poniendo en tela de juicio si es que dicha
división estuvo justificada alguna vez. De hecho, con trabajos de ocho o más
horas de convivencia, las relaciones sociales prosperaron hasta el punto de
superar a las amistades del barrio, del colegio o la Facultad. Fueron siempre
lugares de encuentro, pero a escondidas, un subproducto de la convivencia cuya
legitimidad era puesta en duda por aquello de que "aquí se viene a
trabajar". Más aún: aunque no haya encuestas confiables, no puede dudarse
que gran cantidad de parejas, estables o no, nacieron en los lugares de
trabajo.
La novedad de Airbnb, confirma y
supera lo expuesto, y también induce a otras reflexiones y preguntas. ¿Por qué
se producen semejantes innovaciones, verdaderamente revolucionarias? Algunas hipótesis. La primera de ellas
viene de la mano de la obsesión por cazar talentos que, claramente, apunta a
gente joven. Contrátese a un ejecutivo sexagenario o menos e introdúzcase
en un ámbito como el que describimos. Lo primero que preguntará es dónde estará
su oficina. Pues no hay. Se trabaja en un enorme loft, sin divisiones, excepto
algunos pocos espacios privados que no tienen dueño, sino que pueden elegirse
de acuerdo a la necesidad del momento. Segunda hipótesis. El trabajo en casa,
actualmente posible a través de la informática, propició invertir los términos,
es decir, que los lugares de trabajo se
conviertan en ámbitos tan acogedores (y tal vez más divertidos) que el propio
hogar.
A continuación, un descenso a la
realidad. Las empresas que pueden ofrecer tantas facilidades son, casi
exclusivamente, aquellas cuyas actividades están relacionadas con programas
informáticos.
Hay varios millones de otros
puestos de trabajo que hoy están imposibilitados de gozar de tantos
privilegios, pero hay que rescatar, es imperioso, en términos humanos, la
semilla de estas innovaciones. Dejar de lado, de una vez por todas, que el
trabajo nace de un castigo bíblico y, por lo tanto, necesariamente sufrido
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