Por Guillermo
Ceballos Serra
El día que fui decidido a
inscribirme a la facultad de derecho para iniciar mis estudios universitarios,
vi un cartel que decía “estudie cinematografía” o un mensaje parecido. Hasta el día de hoy
me pregunto qué hacía allí ese letrero, porque mi universidad no tenía ni tiene
esa carrera, ¿ probablemente se trataría de un curso o seminario? Recuerdo que al verlo pensé “si tuviera… (Digamos,…coraje), me anotaría para estudiar eso”.
Debo confesar que mi padre me había dicho que estudiara lo que quisiera,
pero estaba implícito que su amplitud de criterio se limitaba a las cuatro o
cinco carreras tradicionales de la época y nunca a nada relacionado con las
artes. Lo concreto que ese “valiente” estudiante que era, se anotó como “correspondía” en abogacía y por mucho tiempo la ejerció con entusiasmo en el mundo
corporativo.
Si bien estaba convencido a
dedicarme a lo jurídico desde los quince años, siempre me llamó la atención ese
súbito momento de duda que me impactó en mis comienzos universitarios.
Más de dos décadas más tarde, después de haber migrado a recursos humanos y
en el rol de responsable del área, me encontraba hablando
a un grupo del programa de jóvenes profesionales, sobre vocaciones, dudas, carreras profesionales y las distintas
oportunidades que se abren a las personas, comenté esta anécdota en un momento
de la charla.
Pocos meses después, me comentan
que uno de los jóvenes que había identificado como más prometedores había
presentado su renuncia. Sorprendido, desilusionado y también, porque qué no
decirlo, algo molesto, lo llamé a mi
oficina y le pregunté los motivos de su decisión, más aún considerando que
había recibido algunos beneficios aún mayores que sus pares.
El joven me dijo: “Hice
por lo que Ud. nos dijo, pensé que tenía que tener “coraje” para hacer lo que realmente me gustara. Decidí dedicarme al golf y pienso trabajar enseñando este deporte que
me apasiona”.
Tuve referencias posteriores de
que se estaba ganando la vida enseñando golf a ejecutivos, sin duda, un buen
nicho de mercado.
Sin saberlo en ese momento, me
había topado primera vez, con alguien de la "tribu" de personas, que en los últimos años, denominamos “happyshifters”(*). Me refiero a aquellos que cuentan con
el coraje suficiente para encausar
sus carreras profesionales hacia la búsqueda de la felicidad a través del
trabajo, con profesiones o actividades que coincidan con sus valores y preferencias. Una idea absolutamente consistente con mi visión
sobre la función esencial de recursos humanos: “Desarrollar personas a través
del trabajo”.
Muchas veces se habla de “worklife
balance”, como si estuviéramos frente a un balance contable, debe y haber,
opuestos, propios de la las leyes de la partida doble. ¿Balance de trabajo y vida? ¿No suena como un contrasentido
absoluto? Suena más a vive o trabaja. ¿Cuándo se trabaja, se está muerto?
¿Cuándo se vive, se holgazanea?
Pareciera que no tenemos en
cuenta que no estamos frente a trabajadores o recursos, estamos frente a personas, seres integrales, con todo lo que ello
implica, de bueno y de mejorable, en la prosecución continua de la propia
felicidad, cualquiera sea el modo que cada uno la entienda. Integralmente, un
microcosmos, en la búsqueda permanente por integrar éxitosamente, la dimensión profesional, la dimensión socio-familiar y la
dimensión individual.
Obviamente estos valores
coinciden bastante con los de la Generación Y, más acostumbrados a cambiar en
busca de nuevos horizontes y porque como ellos, se requiere de cierto bienestar
económico para tomar el riesgo de hacer
un cambio radical en la orientación profesional y no todos pueden hacerlo.
Pero creo que también que no corresponde desacreditar otras formas de
ser feliz a través del trabajo.
En efecto, así como hablamos del
colesterol bueno o malo o del stress bueno o malo, hay dos formas de ser adicto
al trabajo (workaholic), la negativa, propia de quien se siente obligado a
hacerlo por cualquier causa o la positiva, propia de quien disfruta del mismo,
colocándolo al tope o cercano a la cima de sus prioridades personales,
obviamente esto requiere de un contexto familiar que comparta dichos valores.
Creo que sería conveniente tener presente que o disfrutamos de lo que
hacemos o nadie disfrutará de nuestra compañía, ni aún nosotros mismos.
(*) El término "happyshifting" se debe a los españoles Daniel Lyons y Montse Ventosa.