NOVIEMBRE 2024

sábado, 19 de abril de 2008

LA EMPRESA Y EL DESARROLLO DE LAS VIRTUDES



Por la Dra. Patricia Debeljuh
Profesora Investigadora
Universidad Argentina de la Empresa (UADE)


Muchas veces los directivos de empresas se preguntan hasta qué punto le cabe a una compañía la responsabilidad sobre la formación moral de las personas. Esta cuestión generalmente viene acompañada del interés por establecer una misión y unos valores bien definidos que lleven a un ambiente laboral que promueva el compromiso con la ética.

El entorno en el que se mueven las empresas hoy –muchas veces acosado por la corrupción y la falta de valores morales- reclama cada vez con más fuerza la necesidad de configurar una cultura corporativa ética que promueva la búsqueda del bien común y motive a la exigencia personal para favorecerlo. Esto se materializa en crear la base de una cultura corporativa que permita a las personas desarrollar sus virtudes.

En el día a día de una empresa, las acciones buenas de su gente tienen una incidencia positiva y dejan una impronta que cristaliza en lo que se ha dado en llamar “estructura de virtud”. Esta, lejos de disminuir la responsabilidad personal en cada acción, es una llamada a que todos los que componen la compañía asuman la responsabilidad de contribuir al bien común.

Así, un clima favorable hacia la ética lleva consigo para las personas que trabajan en una empresa un compromiso que obliga, por una parte, a la reflexión personal de los valores que la hacen posible y por otra a la acción para ponerlos en práctica. En efecto, cada persona tiene en sus manos la posibilidad de actuar bien o mal y, a su vez, fruto de esa elección, incidirá en el bien de toda la empresa.
No hay que olvidar que toda cultura corporativa basada en las virtudes se funda en la elección personal por el bien y, por consiguiente, está unida siempre a actos concretos de las personas. En efecto, la acción buena o mala del hombre repercute en primer lugar en él mismo pero es evidente también que incide en los demás y, por tanto, tiene una connotación social. Piénsese en el valor del buen ejemplo. Cuando una persona hace el bien -aunque a veces no lo sepa- dejará tras de sí una huella pues su conducta tiende a objetivarse en costumbres que inciden en la vida de la compañía.

En la medida en que dentro de cada organización se promuevan las acciones buenas, -tarea que le compete a la alta dirección encarar- se irá gestando un accionar virtuoso dentro de la empresa, independientemente de las propias personas, del tiempo transcurrido desde su fundación o de los distintos niveles jerárquicos en que se encuentren los individuos.

De esta manera, se muestra que la suma de acciones positivas que apuntan al logro del bien común puede crear en las personas un ambiente favorable para la educación de las virtudes y en la medida en que ese clima se difunda, se convierte en fuente continua de nuevos actos buenos. Así, la estructura de virtud presupone, refuerza y difunde acciones virtuosas hasta el punto que, de alguna manera y sin eliminar la libertad personal, se puede decir que condiciona la conducta de las personas hacia el bien, haciendo difícil que pueda elegirse acciones contrarias a él dentro de esa organización. Este es un excelente reaseguro en contextos de alta corrupción como los que vivimos.

En definitiva, la actividad más importante de una persona es desarrollar su talante ético y en la medida en que lo haga, estará favoreciendo la vida virtuosa dentro de la empresa. Dado el carácter social del hombre, se ve que el desenvolvimiento de la persona humana y el desarrollo de la empresa misma poseen una mutua dependencia. Aristóteles lo entendía de la misma manera, cuando afirmaba que es elogiable alcanzar el fin personal pero mucho más laudable es luchar por conseguir el bien de todos: “Aunque el bien del individuo y el de la ciudad sean el mismo, es evidente que será ciertamente apetecible procurarlo para uno solo, pero es más hermoso y más perfecto procurarlo y conservarlo para un pueblo.”1

El momento actual nos invita a reflexionar. Cada una y cada uno, desde el lugar que ocupa en las empresas, tiene en sus manos la posibilidad y la responsabilidad de ser protagonista de esta conquista que nos presenta nuestro tiempo: contribuir con la propia acción a la difusión del bien y al desarrollo de las virtudes. Este compromiso, asumido personalmente, implica aportar lo mejor de nosotros mismos a una sociedad que clama a gritos por valores morales, y ayudar a muchos otros, solidariamente, a recorrer el mismo camino.
1 ARISTÓTELES: “Ética a Nicómaco”, I, 1094 b.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ME PARECE INTERESANTE, YA QUE SOY GERENTE Y TODO ESTO ME PUEDE AYUDAR A CRECER COMO PERSONA
MARY ARROYO

Ulises Paradiso dijo...

Me parece muy claro el mensaje del texto: Cada uno con su propio comportamiento está haciendo cultura y generando una externalidad positiva en el entorno en el que forma parte.