Por Guillermo Ceballos Serra
Cómo construir pertenencia
cuando la pantalla es el nuevo pasillo.
La ilustración de este artículo muestra la evolución —o involución— de nuestras reacciones
frente a un accidente. En 1980, la gente corre a ayudar. En 2010, lo primero es
sacar el teléfono para grabar. En 2025, es el propio accidentado quien se toma
una selfie.
Detrás del humor hay un mensaje inquietante: nuestros valores han cambiado,
y con ellos, nuestra forma de relacionarnos, trabajar y construir comunidad.
Este artículo propone una
reflexión sobre estos cambios, por qué están ocurriendo y qué implicancias
tienen para la vida social y especialmente, para las organizaciones.
1. De la
empatía activa a la documentación pasiva
El cambio más evidente es la
forma en que respondemos ante el sufrimiento ajeno.
Antes, el impulso natural era acercarse y ayudar. Hoy, muchas personas
priorizan registrar, observar o compartir antes que intervenir.
No es un signo de maldad, sino
el resultado de un condicionamiento progresivo: la tecnología nos ha enseñado a
mirar a través de una pantalla incluso cuando la realidad está pidiendo
acción. La empatía sigue existiendo, pero opera más lenta, porque debe
competir con el hábito de documentar.
2. ¿Qué
valores están cambiando realmente?
- Del sentido de comunidad al individualismo digital. El bienestar colectivo ha perdido fuerza frente a la narrativa de “mi vida, mi contenido, mi historia”.
- De la presencia emocional a la desconexión cotidiana. Podemos estar presentes físicamente, pero mentalmente en otro lugar, atrapados por notificaciones y estímulos digitales.
- De la empatía espontánea a la empatía condicionada. El instante decisivo se diluye: antes de actuar, pensamos si debemos grabar, compartir o simplemente observar.
- De lo íntimo a lo público. Los límites entre lo personal y lo social se han vuelto difusos; cualquier momento puede convertirse en material de redes.
3. ¿Por qué
están ocurriendo estos cambios?
- La tecnología moldeó nuestros reflejos. Los smartphones se convirtieron en extensiones de la mano y del pensamiento. La cámara es hoy un filtro: vemos la realidad, pero la interpretamos como contenido.
- Cultura de inmediatez y sobreexposición. La prioridad no es el proceso, sino la visibilidad. Todo debe ser registrado, mostrado, consumido.
- Aspectos psicológicos. Dependencia del refuerzo inmediato. Insensibilización ante imágenes de crisis. Efecto espectador”: mientras más personas presencian una emergencia, menos actuamos.
- Transformaciones laborales. El ritmo acelerado, la hiperconexión y la presión
por la productividad reducen la energía emocional para el entorno social. Las
relaciones laborales se vuelven funcionales, no profundas.
4. Pros y
contras del presente
Lo positivo
- Se puede pedir ayuda más rápido.
- Las grabaciones sirven para análisis e investigación.
- La información se democratiza.
- Problemas antes invisibles hoy salen a la luz.
Lo preocupante
- Disminuye la reacción espontánea de ayuda.
- El sufrimiento ajeno se convierte en consumo.
- Las relaciones se
superficializan.
- Aumenta el individualismo.
- Se debilita la comunidad y la cooperación.
5. Impacto en
las organizaciones: un escenario frágil que no podemos ignorar
Todo lo que está pasando en la sociedad se
refleja dentro de las empresas. Hoy encontramos:
- Equipos técnicamente conectados,
pero emocionalmente dispersos.
- Relaciones laborales más transaccionales que humanas.
- Colaboradores que conocen a sus compañeros a través de pantallas,
no de experiencias compartidas.
- Culturas que se construyen sin rituales presenciales, sin
convivencia diaria y sin interacción espontánea.
Aquí surge una reflexión fundamental:
La pandemia de 2020 fue superada, en gran parte,
porque las organizaciones ya tenían culturas sólidas construidas durante años
de presencialidad.
La confianza, la comunicación y el sentido de pertenencia estaban consolidados.
El trabajo remoto no destruyó la cultura: simplemente se apoyó en ella.
Pero hoy estamos en un escenario distinto.
Muchas empresas tienen culturas nacidas o
sostenidas en la virtualidad, relaciones más débiles y equipos que nunca
han convivido fuera de una videollamada. El tejido cultural se sostiene “con
alfileres”: funciona… mientras nada lo tensione demasiado.
Y entonces aparece la pregunta clave:
¿Qué pasaría si tuviéramos que
enfrentar una nueva pandemia con las culturas organizacionales actuales?
Probablemente enfrentaríamos desafíos mayores que
los de 2020:
- Sentido de pertenencia más débil.
- Vínculos laborales superficiales
o efímeros.
- Menor resiliencia colectiva.
- Equipos fragmentados por la distancia y por la falta de
experiencias compartidas.
- Menos cultura acumulada para sostener el trabajo en momentos
críticos.
Una crisis de aislamiento hoy
pondría en evidencia que muchas organizaciones han construido funcionamiento…
pero no cultura.
6. ¿Cómo
recuperar —o construir— una cultura firme en tiempos híbridos?
Empatía como habilidad
estratégica. Programas de inteligencia emocional, escucha
activa y comunicación consciente.
Rituales que sostengan la
identidad. Encuentros periódicos, espacios de integración,
ceremonias simples pero significativas.
Liderazgo con presencia, aun a
distancia. Líderes visibles, disponibles y capaces de
generar cohesión.
Fomento del “nosotros” sobre el
“yo”. Metas compartidas, colaboración real y
reconocimiento colectivo.
Educación digital. La tecnología debe servir al
equipo, no desplazar los vínculos humanos.
7. ¿Es posible
recuperar la comunidad?
La imagen del motorista no es solo un meme; es
una advertencia.
En un mundo hiperconectado, podemos perder la empatía sin darnos cuenta.
En organizaciones con equipos dispersos, podemos perder la cultura sin notarlo.
Pero no es un destino inevitable.
Podemos usar la tecnología sin sacrificar
humanidad.
Podemos construir culturas sólidas, incluso en modelos híbridos.
Podemos elegir ayudar antes de grabar.
Podemos volver a ser comunidad.
El desafío no es técnico, es
humano: volver a poner a las personas en el centro, incluso cuando todo a
nuestro alrededor nos empuja hacia la pantalla.