Por Gabriela Oliván
Directora de Comunicaciones Corporativas de Accenture para Suramérica
Hasta hace poco, la ciencia
ficción enaltecía el futuro porque parecía haber hallado la fórmula mágica para
cortar en diagonal las dimensiones de tiempo y espacio con una gran aliada. Los
avances tecnológicos ofrecían soluciones impensadas a los viejos problemas,
donde todo parecía posible. Las innovaciones permitían abaratar costos y
generar nuevos productos y mercados sin solución de continuidad. Pensemos solo
el cambio en los hábitos de comunicación que se dio en lo que va del siglo con
la evolución del sistema de telefonía celular, con proveedores que no existían
hace 17 años.
Como en todo proceso social, el
péndulo se fue rápido al otro extremo: la euforia dio paso a la incertidumbre
al descubrir, en una mirada más realista, la necesidad de reconvertirse o
languidecer. No en lenta agonía, característica de la era industrial, sino con
la rapidez de la era de la información. ¿Dónde está Blockbuster, cuándo dejó de
reinar Kodak?
La gran incertidumbre se
depositaba en dos variables: el virtual descontrol del proceso innovativo hasta
hacerlo autónomo y el temor al reemplazo del trabajo manual (y hasta el
calificado) por servicios que prescindía del esfuerzo humano para ejecutarlo.
Una buena noticia para liberarse de la esclavitud del trabajo rutinario y
repetitivo, pero una mala para el que solo cuenta en su portafolio de habilidades
con las que son fungibles por sistemas que lo hacen mejor y más barato.
Pero tampoco esta visión más ‘realista’ sería completa si no se considerara que hay empleos que desaparecen porque implosionan las industrias que los sostuvieron, o se reorganizaron sobre la base de otro ‘mix’ de capital y trabajo, a la vez que otros emergen, demandando un nuevo perfil de colaborador al que solo una formación actualizada puede dar respuesta. No es una suma algebraica entre puestos que caen y otros que surgen. Los puestos de trabajo que cotizan en baja son aquellos que procesan información mediante actividades repetitivas y que no agregan valor.
No es una novedad. Por siglos el conocimiento fue sustituyendo la fuerza humana por aplicaciones y sistemas organizados. Lo que sí ha cambiado fue la velocidad del progreso, un vértigo que produce reacciones defensivas de parte de quienes creen que es un juego de suma cero o negativa y su destino es la desocupación permanente o la precariedad. Pero la diagonal para poder sortear esta restricción tiene una clave y es la formación. No solo la adquisición de nuevos conocimientos, sino también de actitudes, algo más difícil, pero no imposible de conseguir.
Pero tampoco esta visión más ‘realista’ sería completa si no se considerara que hay empleos que desaparecen porque implosionan las industrias que los sostuvieron, o se reorganizaron sobre la base de otro ‘mix’ de capital y trabajo, a la vez que otros emergen, demandando un nuevo perfil de colaborador al que solo una formación actualizada puede dar respuesta. No es una suma algebraica entre puestos que caen y otros que surgen. Los puestos de trabajo que cotizan en baja son aquellos que procesan información mediante actividades repetitivas y que no agregan valor.
No es una novedad. Por siglos el conocimiento fue sustituyendo la fuerza humana por aplicaciones y sistemas organizados. Lo que sí ha cambiado fue la velocidad del progreso, un vértigo que produce reacciones defensivas de parte de quienes creen que es un juego de suma cero o negativa y su destino es la desocupación permanente o la precariedad. Pero la diagonal para poder sortear esta restricción tiene una clave y es la formación. No solo la adquisición de nuevos conocimientos, sino también de actitudes, algo más difícil, pero no imposible de conseguir.
Es que el nuevo paradigma de producción consiste en mayor
capacidad de adaptación (porque el cambio es la constante y no algo
esporádico), disponibilidad para comunicarse con otros, pues se trabaja cada
vez más en red, formando equipos de personas que a veces ni siquiera están en
un mismo espacio físico, y empatizar con lo que ocurre alrededor.
Todo esto conforma un cambio
multivariable con una interacción y velocidad, que cuesta identificar
aisladamente unos aspectos de otros para poder aislarlos y actuar sobre cada
uno de ellos. Es como domar un potro de corcoveos imprevisibles, pura
adrenalina con dos premios sucesivos: el permanecer arriba el mayor tiempo
posible y terminar entero la faena. Y, claro, también con el más importante de
todos: el decidirse a montarlo.