Por Guillermo Ceballos Serra
Trabajar en la línea nos lleva a
resolver cientos de temas a lo largo del día. Hace un tiempo he acuñado una
frase para describir este fenómeno: “management
express”(1),
dos minutos por decisión, que se transforma en “management stress” cuando
alguien o un superior nos pregunta el porqué tomamos tal decisión, puesto que
no recordamos los fundamentos de la misma y la mayoría de las veces, dichas
decisiones han sido tomadas fundadas en creencias, opiniones o experiencia más
que en datos ciertos.
Trabajar en la línea, nos hace
poco lectores y “compradores” de lo último que suena en el mundo del
management. La dinámica propia de las
organizaciones, el resultadismo, nos hace poco críticos o seguidores ciegos de
los conceptos que se instalan en el ambiente corporativo.
A ello debemos sumar que a medida
que se escala en la pirámide jerárquica, el tiempo que dedicamos a la propia
capacitación es inversamente proporcional a nuestro crecimiento. Carecemos de tiempo y en alguna medida
padecemos un exceso de vanidad. Implícitamente nos creemos imprescindibles como
para distraer una jornada en formación, sentimos que es poco lo que podemos
aprender e incluso diría que hasta existe un cierto temor a exponerse dentro de
un grupo de aprendizaje y mostrar nuestras naturales carencias. En general, nos
hacemos tiempo únicamente, si el ámbito del aprendizaje “adornará” nuestro cv
en razón del prestigio de la escuela de negocios donde se brinden los conocimientos.
Este fenómeno no es nuevo, tendemos
a imitar prácticas sin reparar en ellas, hasta niveles tragicómicos. Recuerdo hace tiempo (mucho) que todos
los directores de la compañía, leían “In Search of Excellence: Lessons from
America's Best-Run Companies” de Peters y Waterman en inglés, sin dominar el idioma, sólo porque el nuevo presidente (no hispano-parlante) lo leía e ignoraban que el
mismo estaba disponible en español, sin haber siquiera explorado si esta
alternativa era viable.
La línea nos obliga a ser
seguidores “acríticos”, víctimas de un stress omnipresente que nos impide
reflexionar con profundidad las ideas en boga y así se suceden modas, teorías,
doctrinas, que seguimos simplemente porque cuentan con numerosos seguidores que
no somos capaces de desafiar intelectualmente por falta de análisis, limitándonos
a sumarnos como seguidores políticamente correctos.
Cada década tuvo sus teorías prevalecientes,
con grandes aportes a las organizaciones, pero si ser verdades reveladas,
aunque se les diera esa magnitud. Los invito a leer Management and Myths: Challenging the Fads, Fallacies and Fashions,
(2004) de Adrian Furnham, que enumera las más relevantes desde los 50 hasta los
90.
Muchas veces caemos en el
conceptualismo, esto es, creer que
porque podamos dar un nombre a algo esto existe, cuando no quiere decir que
necesariamente lo haga; tal como dice Furnham, muchos conceptos en management,
no son descubiertos sino inventados, no son encontrados sino elaborados por ser
esencialmente útiles en términos didácticos
más que precisos.
La lista de estos conceptos
podría ser infinita y cada uno de ellos podría dar material para escribir un
artículo entre lo que conceptualizamos y lo que encontramos realmente en la
realidad.
Un concepto pétreo en nuestra
función es el desarrollo de “altos potenciales”, “high flyers”, “stars”, simplemente “talentos”
u otras conceptualizaciones formuladas para describir jóvenes promesas
profesionales.
Efectivamente existen jóvenes
promesas profesionales, jóvenes que se destacan por la claridad y agudeza de su
pensamiento en el trabajo o en las aulas de las universidades y escuelas de
negocio. Estas jóvenes promesas, high flyers,
pueden concretarse o volar tan alto como Ícaro y derretir sus alas. Son, en definitiva, prospectos de talentos que serán capaces de asumir grandes responsabilidades con concretas posibilidades de éxito.
Hace poco tiempo, desayunaba con
el gerente general de la filial local de una reconocida compañía internacional.
Mientras conversábamos, entre otros temas, me comentó que había contratado como gerente de recursos
humanos a una persona de muchísimo talento y potencial. Me comentó además, que enfrentaba ciertos problemas de
convivencia entre accionistas que repercutían en su equipo gerencial. Yo pregunté por qué no ponía a trabajar a su
nuevo gerente de recursos humanos en el tema.
Para mi sorpresa, su respuesta
fue: “Porque no le da el pinet para esto”
(no está a la altura del problema). Me limité a acotar: “Contrataste un
gerente para Disneyworld y te hacía falta uno para el parque jurásico…”
Más allá de la pésima descripción
del perfil requerido para la función concreta, un talento es alguien que cuenta con habilidades profesionales y
madurez personal capaz de concretar los resultados esperados. En el caso
descripto, estábamos hablando de una promesa de talento, que en este caso,
corría riesgo concreto de frustrarse por sobre-exposición a una problemática que excedía sus posibilidades.
Un talento, se expone, resuelve y “no derrite sus alas”.
Un talento es una realidad, no una promesa. Un potencial talento es alguien que puede ser aunque no sea.
No es aún y puede no serlo nunca. El conceptualismo opera, este caso, como si estuviéramos frente a un talento real,
cuando en realidad está frente a una promesa a la que todavía “no le da el
pinet”.
Hay un ingrediente adicional que
fomenta este error, es el estímulo generado por los ahorros en costos salariales,
derivado de la contratación de potenciales talentos en lugar de talentos
actuales, para posiciones que requieren talentos maduros con las competencias
profesionales adecuadas.
Este “anzuelo” genera que muchas
posiciones no cumplan con muchos o algunos de sus objetivos más desafiantes y
requieren ser “subsidiados” en su gestión por sus superiores o consultores externos y poder
concretar así, los logros que no
obtienen por sí mismos, esfumando los supuestos ahorros.
Peor aún, si las organizaciones
crean fantasías y las creen como si fueran realidades, no sólo no lograrán sus
metas, sino que además hipotecarán su futuro, derritiendo las alas las alas de
sus talentos en desarrollo.
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