Por Guillermo Ceballos Serra
“Toda su vida la oveja tuvo miedo
de los lobos. Pero se la comió el pastor.” Proverbio georgiano
El Covid 19 nos familiarizó con los
conceptos de epidemia y pandemia. Particularmente con este último término, que no
se utilizaba sobre hechos concomitantes desde hace mas de 100 años.
Existe otra palabra, fonéticamente
semejante, pero de significado diferente, pandemonium. Se trata
de una palabra incorporada en 2014 al diccionario de la lengua por la Real
Academia Española. Su origen se debe al escritor inglés John Milton (1608-1674)
quien la acuña en su obra El paraíso perdido, que trata sobre el tema del
mal en el mundo, fruto de Dios bueno y todopoderoso, quien sencillamente podría
evitarlo con sólo desearlo. Uno de sus personajes, Satanás, habita en
Pandemonium, (Todos los demonios) capital del Infierno.
Pandemonium o pandemonio vino a mi
mente, como el grado mayúsculo de las complicaciones, un nivel superior a los
de una pandemia, la suma de todos los males, aquellos que se adicionan a los ya
existentes, democrática y globalmente compartidos por obra y gracia del Covid
19.
¿A qué me refiero? A los peligros superlativos que amenazan a las
sociedades y organizaciones en general de no tomar las decisiones correctas en
el escenario actual. Esto puede ocurrir ya que, las grandes catástrofes,
agrupan a las sociedades y organizaciones detrás de sus líderes. Problemas
desbordantes de la capacidad individual, concientizan a las personas sobre su
finitud y limitaciones de recursos para hacer frente a estos mega trastornos.
En estos escenarios, se adoptan
medidas excepcionales, florece la solidaridad de las buenas personas (no de las
otras), la empatía entre ciudadanos y compañeros de trabajo. Son épocas de esfuerzos
y sacrificios excepcionales propios de tiempos tan singulares.
Las guerras, los desastres
naturales o las pandemias cohesionan tras el fin común a las sociedades y las
organizaciones. Las sociedades aceptan restricciones a sus libertades,
mayores cargas fiscales, pérdidas económicas y como ahora, cuarentenas, que
reúnen todos los sacrificios mencionados.
Las organizaciones, por su parte, se reestructuran, se reinventan
forzosamente en pos de la supervivencia. Los ejecutivos y empleados, a su vez,
reducen sus salarios, aceptan suspensiones a fin de aminorar las cargas
financieras y evitar los males mayores provenientes de los despidos masivos.
Ahora bien, estos sacrificios, tanto
en las sociedades como en las organizaciones, no deben aceptarse ciegamente y sacrificar
en el altar de la emergencia, el pensamiento individual, la observación critica
o discrepante para asegurar precisamente el mismo propósito que todos
comparten. El pensamiento único no nos protege de los errores de los líderes, porque
estos, de cualquier tipo, aún con las mejores intenciones, carecen de virtud de
la infalibilidad.
El pensamiento crítico es una
virtud esencialmente humana, nos hace analizar y evaluar las propuestas que se
formulan y apoyarlas cuando existe el convencimiento de su valor; en caso
contrario, se proponen alternativas para el debate.
La “militancia”, de cualquier
signo, es la negación de la política. Militar, proviene del latín, militarius,
soldado, que vincula a las personas a través de vínculos de mando y obediencia, partiendo de una relación esencial de desigualdad. La participación, es tomar
parte, intervenir, implica relaciones de igualdad, diálogo y colaboración,
no se manda ni obedece, se convence y motiva a la acción.
Igualdad, dialogo y colaboración, ¿no
consiste acaso la democracia precisamente en esto?
En el mundo de las organizaciones, muchas
veces ocurre lo mismo. Los directivos de grandes compañías como Kodak,
Blockbuster y tantas otras, se encaminaron en una dirección ruinosa ignorando
los datos del mercado y las ideas de sus propios colaboradores. Podríamos
mencionar también el emblemático caso Enron. En este caso, las advertencias
llegaron desde el contexto, a través del artículo de la periodista Bethany
McLean, quien, con apenas 30 años, el 5 de marzo de 2001, osó escribir su hoy
famoso artículo en la revista Fortune titulado: “¿Enron está sobrevalorada?” acelerando
a partir de allí la catástrofe del gigante energético.
Las organizaciones no buscan la diversidad
e inclusión solo para llegar mejor al mercado con sus productos y servicios,
no sólo por ser un deber ético, sino para poder protegerse de lo que no funciona, contando con mentes y
abordajes individuales y diferenciados, que no actúan en manada sino se
permiten cuestionar estrategias, políticas y procesos existentes. Eso es
precisamente lo que les permite aspirar a su subsistencia.
En estos tiempos se toman
decisiones en temas donde no hay experiencia ni datos suficientes. Se transita
el camino a prueba y error, haciendo camino al andar.
Ahora bien, a todos los males
descriptos pueden sumarse otros adicionales, pero en este caso inexcusables. Se
trata de la persistencia en el error y adicionalmente en potenciarlo. Sucede cuando se persiste la continuación de
una línea de acción previamente elegida a pesar de que el curso del proceso se
torna irracional por las pérdidas de tiempo, carencia de efectividad y los
recursos invertidos. Aún peor, son aquellos supuestos donde los líderes continúan
inyectando recursos a fin de justificar la elección previamente adoptada en función
de hipotéticos beneficios futuros.
Cuando esto ocurre, corresponde
asumir rápidamente que se trata de costos hundidos y cambiar de estrategia, si
se sabe hacia donde ir o simplemente desandar el camino si se ignora. Al fin y
al cabo, la única forma de salir de un callejón sin salida es, únicamente,
marcha atrás.
Cuando los líderes se consideran
simplemente, humanos con mayores responsabilidades y no estatuas de bronce,
corregir el rumbo, retirarse de una situación desventajosa donde no vale la
pena persistir, es un signo de prudencia y mesura. Los líderes simplemente “humanos”, son
capaces de repensar los temas y estrategias, gracias a que cuentan con el poder
de la autocrítica y la colaboración de sus colegas y sus propios equipos para
evitar malgastar energías donde no generarán valor alguno.
A nivel socio político, la pandemia
se ha convertido globalmente en una suerte batalla por el relato: ¿el estado me
cuida o el estado amputa mis libertades esenciales? ¿Los anti - cuarentena
quieren ver muertos para mantener sus negocios o simplemente quieren hacer una
cuarentena más armoniosa conciliando diferentes valores? Cuando encontramos
líderes ajenos a toda tendencia mesiánica, es factible que sea capaz de desarrollar
puentes de encuentro entre las diferentes opiniones. Podría decirse que, si la sociedad
no asume un rol protagónico, un estado elefantiásico y omnipresente la controlará
por completo.
Las organizaciones parecen estar más
a resguardo (pero no exentos) de estos dilemas de blanco o negro, porque su
bien común es mucho más tangible y “mucho más común” a todos los interesados. Concretamente, se
defiende la continuidad del negocio y la conservación del empleo. Al ser más tangible, los stake y shareholders
tienen una vocación mayor por una participación activa en la conducción y en el
debate. En las compañías multinacionales existen más frenos y contrapesos
internos y externos que pueden influir decisivamente en un cambio de rumbo.
A pesar de todo lo perdido, vidas y patrimonios, entiendo
que, en todo este proceso de crisis, las empresas han actuado con mucha mayor
celeridad y eficiencia de lo que jamás hubieran imaginado con la utilización de
cualquier metodología ágil de gestión, haciendo un aprendizaje sobre la
marcha. La capacidad de mantener esta dinámica constituirá el mejor
aporte del sector privado a la sociedad para la recuperación de las economías y
el empleo.
Aún en escenarios sin precedentes se
pueden mitigar los males, disminuir la cantidad de víctimas fatales, las economías
destrozadas y las masas de desempleados, escuchando diferentes perspectivas, aprendiendo
de los expertos de todas las áreas y poder alejarlos de los paisajes de
Pandemonium. Queda en nosotros transformar esta tragedia sin precedentes en una
oportunidad histórica de transformación hacia una nueva normalidad mucho más
humana y digna de ser vivida.