Por Roberto Murchison, CEO – Grupo Murchison. Presidente del XX
Encuentro Anual de ACDE (Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa).
Los indicadores sociales hablan
de que la economía argentina tiene un desempleo medio en la región y hasta
quizás en el mundo. Incluso entre los jóvenes, que recientemente sorprendieron
a algunos con la masiva concurrencia a la feria Expo Empleo Joven, la tasa de
desocupación no es mucho más alta que en países de la Unión Europea. Pero el
promedio maquilla otros problemas que sí son preocupantes: una fragmentación en
la que puede coexistir escasez de empleos junto a dificultades para cubrir
vacantes por falta de formación. Todo al mismo tiempo y bajo las mismas
circunstancias.
¿Qué ocurre entonces?
El mercado laboral no está ofreciendo
soluciones a quienes las buscan. Por un lado, la economía sigue anémica y no
genera oportunidades suficientes para calmar las expectativas de los jóvenes
que ven en el mundo laboral una asignatura pendiente. Es difícil conseguir un
trabajo en blanco, con una retribución razonable y de carácter formativo. Es que la economía argentina hace mucho
tiempo que no genera, globalmente, empleos de calidad. Sí de carácter
precario, informales, o en el sector público con dotaciones que difícilmente
sigan alguna racionalidad más que lo clientelar y una discutible forma de
maquillar un seguro de desempleo. No es extraño: las épocas de crecimiento “a
tasas chinas” ya pasó hace muchos años y la actualidad presenta metas mucho más
modestas. Eso desinfla cualquier ilusión de un shock de empleo, salvo que las
perspectivas de un brusco aumento de la actividad económica trajera aparejado
un boom de inversiones para más tarde, irrumpir en el mercado laboral con más
demanda. Pero aún para el más optimista,
no es el escenario próximo más probable ya que las inversiones vendrán en el
mundo de las grandes empresas, que no son necesariamente las que generarán
mucho empleo. Paralelamente también hay procesos innovadores para los que
es difícil conseguir a la gente debidamente calificada para ello, con la
consecuente demora en capacitación que hasta puede ser un cuello de botella
para mantener niveles competitivos.
Para paliar la situación, el
Gobierno ha continuado con la política de planes sociales que, si bien
aliviaron casos de extrema necesidad, se está extendiendo en el tiempo, al no
haber una respuesta de parte de la demanda de trabajo genuino. Además del costo
fiscal que implica un crecimiento del número y la prestación de dichos planes,
la caída en el empleo preocupa a los sindicatos que ven mermadas sus bases de
afiliados, pero también se resiente la cultura del trabajo, cuestión tan sutil
como decisiva a la hora de reconstruir el tejido social.
Desde el campo empresario, esta
realidad nos interpela e invita a buscar soluciones, que son varias, no
excluyentes y hasta interrelacionadas entres sí:
A) Aumento sustancial de la
productividad, elemento que hará más competitivas y, por lo tanto, sustentables
nuestras organizaciones.
B) Encontrar sentido de
oportunidades antes que amenazas, a las novedades que imponen la innovación
tecnológica, creando valor y potenciando talentos de los colaboradores.
C) Buscar asociaciones en cadenas
de valor con proveedores o clientes y aún con otros interesados -stakeholders-
del sector para procesos de mejora continua y con ganancias de valor
compartidas como resultante.
La base del empleo en la
Argentina lo constituyen las pequeñas y medianas empresas, muchas de ellas de
naturaleza familiar. Son ellas las que más pueden torcer el rumbo del mercado
laboral si el entorno en el que se desenvuelven se torna un poco más amigable.
Para ellas es imperioso trabajar junto al Gobierno en la búsqueda de soluciones
a las distorsiones en el mercado laboral (ART e industria del juicio, por
ejemplo), una legislación laboral más adecuada para su realidad, menor presión
en los impuestos al trabajo, un impulso en la infraestructura de comunicaciones
y seguridad; por citar algunos de los deberes tantas veces reclamados y
pendientes; que termina pesando tanto más que el salario en sí mismo, a la hora
de decidirse a invertir e incorporar personal.
Desde nuestro rol de empresarios, nos toca asumir el liderazgo de
impulsar el diálogo entre todas las partes y en especial con los trabajadores,
para ir removiendo los obstáculos señalados para un objetivo de común interés: poder invertir para producir cada vez más y
ofrecer trabajo mejor remunerado en forma permanente. Allí no debería haber
grieta posible.
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