Por Guillermo Ceballos Serra
El 23 de agosto de 1973, un
ladrón intento robar el Kreditbanken de Norrmalmstorg, en el centro de
Estocolmo. La situación se desmadró, hubo un policía herido y otro fue hecho
prisionero, quien conjuntamente con otras cuatro personas, tres hombres y
una mujer, fueron tomados como rehenes por un lapso de 6 días mientras el
delincuente negociaba una serie de exigencias con las autoridades.
Los rehenes empatizaron con el
secuestrador y mostraron en todo momento un fuerte rechazo a la alternativa de
un rescate por la fuerza. Sentían más temor del probable accionar de la policía
que del propio delincuente. Durante el sexto día la policía intervino lanzando
gases y finalmente rescató a los rehenes. Nadie resultó herido. Transcurrido el
operativo y posteriormente durante el juicio, alguno de los rehenes se negó a
declarar contra el malhechor. Éste finalmente fue condenado a diez años de
prisión y una vez cumplida la condena, conservó la admiración de un importante
grupo de personas. El delincuente, Jan Erik Olsson, vive actualmente en Suecia.
Este extraño fenómeno
psicológico, fue analizado por el siquiatra y criminólogo Nils Bejerot, quien
finalmente acuñó el término “Síndrome de Estocolmo” para referirse a esta conducta en la
que los rehenes se sienten identificados con sus captores. Según especialistas
del FBI, sobre un estudio de 4700 casos, el 27% de los secuestrados generaron
este trastorno donde la empatía genera una dilución entre los conceptos de
amistad y antagonismo. Para que ello ocurra, según el estudio, el secuestro
requiere una cierta prolongación en
el tiempo, que los secuestradores estén en contacto continuo con los rehenes, que exista cierto grado de amabilidad, mínimo
de respeto e inexistencia de daño a
las víctimas.
Con esta introducción quisiera
compartir un par historias.
Hace un tiempo, cuando trabajaba
en la línea, contacté a un ejecutivo, a quien conozco muy bien personal y
profesionalmente por haber trabajado para la misma compañía en el pasado, a fin
de ofrecerle una posición gerencial en el primer nivel de una organización. El
cambio potencial significaba un crecimiento al pasar de reportar a un director
de área al #1 de la compañía, responsabilidad plena de la función, la
posibilidad de conocer un negocio distinto y una moderada mejora económica con
beneficios equivalentes. Adicionalmente, debo decir que conocía perfectamente
su grado de desmotivación personal y disconformidad por la falta de proyectos y
estancamiento con su empleador.
Para mi sorpresa, rechazó el
ofrecimiento, que ya hacía muchos años que estaba allí, que conocía la
organización, que en caso de despido con los años de servicios tenía una
importante cantidad de sueldos que le hacían las veces de un seguro de
desempleo y que no conocía como era su potencial nuevo jefe en el día a día.
Otro caso.
Estaba al frente de un grupo de
ejecutivos facilitando una jornada sobre gestión estratégica de talento, cuando
en uno de los breaks, se aproxima uno de los participantes y me comenta que su
jefe en el último “One To One” que mantuvieron, le dijo que ya con cuarenta y
cinco años estaba en su techo y no iba a crecer más en la organización. ¿Cómo
debía actuar?
Más allá de que la pregunta no me
fue formulada en el mejor momento ni lugar, mis comentarios fueron que en
primer lugar debía agradecer el feedback honesto, por brutal que fuera, sin
perjuicio que lo invitara a profundizar la conversación. ¿Qué habilidades o
actitudes entendía que no tenía? y ¿por qué pensaba que no las podría
obtener? ¿Se trataba de un problema etario donde 45 años constituyen un
factor invalidante, cuando estamos hablando de cuarta edad y se ha extendido
ampliamente la vida útil de las personas? Usé también un ejemplo que
aplicaba. Alguna vez los profesores de su universidad (New York
University, Tisch School of Arts) le dijeron a Stefani Joanne Angelina
Germanotta, que pensaban que ella nunca sería famosa. “Usted nunca
será la protagonista, la rubia, la estrella, tu pelo es demasiado oscuro. Te
ves demasiado étnica“.
Hoy, su nombre es Lady Gaga.
Pregunté también ¿Qué otros
interlocutores válidos podría encontrar en la organización para validar
percepciones? ¿Qué otro director podría valorar sus condiciones? ¿Te preguntaste que otra empresa podría
valorar tus habilidades y experiencia?
Independientemente de los casos
mencionados, y que en éste último no me parece que la honestidad brutal sea el
mejor camino, creo que con las distancias propias, podríamos por analogía
hablar de que estamos frente a casos donde vemos ejemplos del síndrome de
Estocolmo, versión corporativa.
En efecto, nos encontramos, todos
los requisitos identificados en el estudio mencionado precedentemente. Las
personas han compartido jornadas laborales por muchos años y han estado en
contacto continuo con jefes, colegas y colaboradores.
En general, las relaciones se han
desarrollado con la amabilidad propia de personas educadas. Sin embargo, por
alguna razón, desencanto; promociones, premios o reconocimientos, nulos,
escasos o por debajo de las expectativas; destrato por ignorar el desempeño de
la persona; se ha generado un resentimiento que vive en la mente y el
“estómago” de las personas que se mantienen en situación de flotación,
mascullando la pérdida de la ilusión de un mejor futuro profesional que creen,
con razón o no, merecer.
Lamentablemente, en muchos casos
es una situación que se prolonga por años, pero por alguna razón, que podríamos
atribuir al Síndrome de Estocolmo corporativo, las personas permanecen por
alguna causa que los retienen a disgusto, inhibidos de intentar un cambio
laboral.
¿Cuál es la cadena invisible que los retiene? ¿Los años
transcurridos, los compañeros, el derecho a una eventual indemnización que se
acumula como un plazo fijo? Este último es realmente un argumento falaz. No
existe un derecho a percibir suma alguna por el paso del tiempo. No es un
derecho en expectativa. Nadie puede reclamar una suma de dinero si renuncia
voluntariamente. Esencialmente, porque si la persona simplemente “flota” podría
transcurrir su vida laboral hasta la jubilación y no percibir suma alguna si no
es despedido con justa causa, acumulado desencanto. Hay mas variantes,
podría extinguirse un contrato laboral por quiebra del empleador y quedar
créditos laborales impagos, etc., etc.
La realidad es que en estos casos
es que nuestro síndrome corporativo
el que impide salir de la zona disconfort, genera una actitud
paralizante por temor a enfrentar situaciones supuestamente incontrolables: lo
nuevo, la readaptación a otra cultura, a otros equipos, a otros líderes, a
auto-desafiarse, en definitiva, a dejar
el rol de víctima y pasar a ser protagonista.
8 comentarios:
El articulo es Genial !!!
Muchas gracias Diana, es un tema que venía pensando hace un tiempo.
Saludos, Guillermo
Pero es practica usual y tendencia, bajar el promedio de edad de los colaboradores. Podemos observarlo en los bancos y companias multi,(donde SI se pagan retiros voluntarios) en cuyo caso SI es una seguridad. Para alguien de mediana edad.
Excelente como siempre tu BLog !!!!
Un abrazo
Daniel Grella
Estimado Profesor, me resulto muy interesante su articulo y tengo la suerte de leerlo en un momento en el cual estoy por cambiar de trabajo. Es impresionante como uno ve lo que yo llamo "Fantasmas" (Argumentos o ideas que no se condicen con la realidad) al momento de tomar una decisión.
Gran abrazo,
Nicolás
Nicolás, me alegro mucho que te resultara interesante. La salida de la Zona de Confort a veces se hace "angosta". Un abrazo.
Lo lamentable es que varias organizaciones promueven "el miedo" y atizan "el sindrome de estocolmo" de forma tal de no pagar indemnizaciones y/o forzar "lealtades" mentirosas, fantasmas donde no los hay.....
Muy buena analogía de sometimiento. Será que no nos enseñaron a ser libres, será que la relación de dependencia nos corta las alas, será que nos dieron más derechos que obligaciones? ¿Hasta dónde llega tu corral?
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