Por Ezequiel Conesa, Managing Director Transearch - Argentina
Estoy reunido con los dos dueños de una empresa, una PyME. Una de esas que me generan admiración porque fueron forjadas con pasión, sudor y ganas, contra viento y marea. Una historia inspiradora de esas que se cuentan con música épica. Crecieron y quieren “profesionalizar”.
Ahí estamos, sentados
hablando de objetivos, métricas, procesos a implementar… cuando se abre la
puerta. Un jefe de producción se disculpa por interrumpir y le comenta algo a
los dueños, necesita un repuesto. Uno de mis interlocutores le dice “tengo
otras prioridades” y el otro agrega “después voy y veo cómo te lo soluciono”.
La expresión de la cara del jefe no es alegre. Agradece, se disculpa nuevamente
por interrumpir, y se va cerrando suavemente la puerta.
Este
es un anti-ejemplo de lo que descubrió Google en el Proyecto Aristotle.
Google quería encontrar la alquimia del “equipo perfecto”, y comenzó un estudio
que buscaba responder por qué algunos equipos eran exitosos y otros fallaban
constantemente. Identificaron 180 equipos para estudiar a lo largo y ancho del
mundo, y comenzaron una serie de entrevistas con ejecutivos, líderes de equipo
y miembros de cada uno. El nombre del proyecto alusivo al filósofo griego
responde a la famosa frase de que “el todo es mayor a la suma de las partes”. Y
vaya si comprobaron la hipótesis…
Lo
más interesante es cómo se diferenciaban los criterios para la medición de
efectividad de los miembros del equipo respecto a los ejecutivos. Los
ejecutivos se basaban muchísimo en los datos duros, en la venta, resultados,
profit, cantidad de productos lanzados. Los miembros del equipo hablaban
respecto a la “cultura de equipo” y ponían este ingrediente por encima de la
métrica. No es nada sorprendente, por cierto, que esto sea así. Sin embargo, de
esta simple verdad se deconstruye una máxima que favorece la persistencia de
los equipos: para construir y consolidar un equipo exitoso, deben
balancearse los resultados y la cultura.
¿Qué
pasa si un equipo con ciertos éxitos tiene miembros insatisfechos? ¿Y si un
equipo con miembros que disfrutan de una maravillosa cultura de equipo sostiene
resultados insuficientes? Ambos tienen un mismo destino fatal…
Pero
si la compañía logra que los miembros del equipo individualmente se sientan
seguros y confiados mientras los desafían a obtener los mejores resultados,
estaremos frente a esta alquimia consagrada del equipo ideal.
Google
midió cada equipo con variables que representaran tanto ese mundo cuantitativo
de los resultados como el cualitativo del espíritu del equipo, y construyó
datos a partir de las cuatro visiones disponibles: la del ejecutivo, la del
líder de equipo, la de los miembros y la de los resultados.
El
final de la historia es que no importaba tanto quién formaba el equipo
sino cómo el equipo trabajaba en conjunto. Y por suerte, Google también pudo
identificar cinco factores que pude enumerarle a mis dos interlocutores en
aquella reunión. El primero, y el más importante, fue el de la seguridad
psicológica: el ingrediente que anima a los miembros del equipo a tomar
riesgos, sabiendo que ningún par lo avergonzará ni ningún jefe lo atormentará
por hacer… y eventualmente, fallar. Que puede hacer preguntas, que puede
ofrecer sus ideas. Y lo más importante, sabe que su jefe no sabe. No
lo sabe todo, construye, como todos, un conocimiento y experiencia que se nutre
tanto de lo que sabemos cómo equipo como de lo que estamos dispuestos a
aprender arriesgando.
A
nadie le gusta verse inútil, incompetente, débil. Las opciones son siempre dos:
esconder el no saber, dejar de preguntar, no arriesgar opiniones, o bien
aprovechar y fomentar un ambiente en el que el no saber es una oportunidad de
aprendizaje y no una prueba de incompetencia. Donde el jefe no tiene todas las
respuestas y apoya al equipo a generar nuevas soluciones. Y esa es sólo la
base. Sobre esos cimientos se podrá construir la confianza que en
definitiva es la piedra filosofal sobre la que se construye un equipo
sosteniblemente exitoso.
A
los pocos minutos de terminar de contarle de Aristotle a los dueños, otro jefe
abrió la puerta y uno de mis interlocutores le sonrió, escuchó pacientemente la
pregunta y respondió: “La verdad es que no sé, pero termino con Ezequiel y
vemos juntos cómo lo podemos resolver”.
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