Por Jorge Mosqueira, Miembro de la Comisión
Directiva de Asociación de Capacitación y Desarrollo Argentina (ADCA). Columnista permanente del Diario La Nación - Suplemento Económico
Grandes acciones e inventos
nacieron de sentimientos que no fueron reprimidos, sino que sirvieron de motor
para la transformación de una determinada realidad
Eduardo Galeano cuenta en su
libro Los hijos de los Días el nacimiento del cine. Como se sabe,
Galeano fue tan historiógrafo como poeta, lo que abre infinidad de
perspectivas. Recuerda que la primera exposición de la novedad en la pantalla
fue en 1895, producida por Louis y Auguste Lumière, en el Grand Café de París.
Filmaron la salida de trabajadores de una fábrica de Lyon. Sala llena: 35
espectadores. Entre estos se encontraba George Méliès, el gran innovador de la
embrionaria cinematografía. "Quiso comprar la cámara filmadora",
relata Galeano. "Como no se la vendieron, no tuvo más remedio que inventar
una".
Se abren así dos hechos
significativos. En primer lugar, preguntarse por qué eligieron los hermanos
Lumière esas escenas para presentar los resultados de su invento. El film dura
menos de un minuto, pero no cabe duda de que es uno de los momentos de mayor movimiento
en la sociedad humana de la época. Se abre el portón y se distribuyen hombres,
mujeres, y hasta alguna embarazada hacia diferentes rumbos. Por la vestimenta
pueden diferenciarse los operarios de los administrativos y hasta un perro,
curioso, se instala para disfrutar del espectáculo. No hay trucos ni efectos
especiales. Son innecesarios porque esa gente, alguna presurosa, otra más
tranquila, lo dice todo. Es el trabajo como centro de la vida.
Por otro lado, no cabe duda de
que Méliès fue un prototipo de emprendedor de fines del siglo XIX. Aunque no
hay épocas predeterminadas para serlo, a principios de nuestro siglo el oficio
tiene buena prensa, por lo que no vale la pena insistir en las ventajas
del entrepreneur, cayendo en el lugar común y maniqueo de que "serás
emprendedor o no serás nada". Hay quienes tienen capacidad y vocación para
iniciar un negocio y otros que no. Tan simple como esto.
Vale la pena rescatar, sin
embargo, el valor motorizador de la rabieta. De la bronca, como decimos en nuestras
tierras. Cualquiera que se sienta impedido de hacer aquello que lo entusiasma o
desea tiene dos caminos: la resignación o la búsqueda de sendas alternativas.
No contamos con estadísticas, pero es muy probable que la mayoría de los
inventos y creaciones en general tengan su raíz en la furia. Por lo tanto, no
deberíamos desperdiciar aquellos sentimientos, aparentemente negativos porque
nacieron fuera del ámbito de amor y paz.
Quedarían descartados los
caprichos, pero también aquí hay una muy delgada línea que separa los caprichos
de las convicciones. Es difícil identificarlas con claridad e inmediatamente.
Podría decirse, con sorna, que Colón era un caprichoso que, por seguir su
intuición, terminó descubriendo un Nuevo Mundo, aun cuando no llegó a enterarse.
¿Y San Martín? ¿A quién podría ocurrírsele, en esa época, cruzar los Andes con
todo un ejército y sus pertrechos?
La lista podría ser larga, con
cientos de ejemplos parecidos. Entonces, desde el punto de vista del management,
no deberían descartarse así nomás aquellas objeciones e insistencias de las
personas a cargo. Y aquí sí podríamos abrir paso a un lugar común: el valor de
escuchar sin prejuicios. Después de todo, el mecanismo es muy simple y se puede
desarmar. Si todo lo que me sugieren, sea que me caigan simpáticos o no,
quienes lo hagan, pasa por el filtro de hierro de las propias creencias, se
corre un riesgo muy alto.
Cualquiera que deba administrar
el trabajo de otros es, en sí mismo, quien puede activar los mayores
obstáculos. Así surge el coaching, señalando otros caminos posibles. Para
Méliès, su mejor coach fue la bronca.
Publicado también en el diario La Nación de Buenos Aires. Caprichos, Bronca y Frustración...
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