Por Jorge Mosqueira
Propietario de Mosqueira y Asociados.
Ex Profesor Titular de RRHH en la Universidad de La Matanza y ex Profesor Titular de Administración de Personal de la UBA.
Columnista permanente del diario La Nación.
Propietario de Mosqueira y Asociados.
Ex Profesor Titular de RRHH en la Universidad de La Matanza y ex Profesor Titular de Administración de Personal de la UBA.
Columnista permanente del diario La Nación.
La Biblioteca de Alejandría pasó a
convertirse en mítica a partir de saqueos, incendios y robos simples, lo que la hizo desaparecer.
Cualquier bibliófilo soñará con hacer un viaje al pasado para hurgar entre los
documentos prolijamente conservados, satisfaciendo su insaciable curiosidad.
Hoy tenemos nuestra propia Biblioteca de Alejandría a través de Internet.
No es necesario ser bibliófilo, pero sí es fundamental la curiosidad. Entonces, sin necesidad de
desempolvar viejos papiros, accedemos a textos complejos, simples o
reveladores, como el blog de Jaime Grau, donde incluye una carta apócrifa con
el título "Querido jefe: a partir de hoy seré un empleado mediocre
más".
La explicación que desarrolla este empleado ficticio es muy
simple y, a la vez, bastante moderada: "Después de tres meses haciendo un
excelente trabajo voy a pasar a ser un mediocre miembro más dentro de su
mediocre plantilla (que es mediocre porque usted lo ha buscado)". Y
continúa: "Creo que usted sabe que yo no era así (y probablemente el resto
de los empleados fueron así en su día, pero ahora empiezo a entenderlo todo),
pero usted se lo ha buscado. A usted le encanta atrapar a la gente haciendo las
cosas mal, pero no sabe que igual de importante es atrapar a la gente haciendo
las cosas bien".
A estas alturas de la carta, el autor se anticipa: "Sé
lo que estás pensando, «este tipo quiere más dinero», pero no, no estoy
pidiendo un bonus económico ni un aumento del salario, solo espero
reconocimiento por el esfuerzo que estoy haciendo". He aquí la confesión
más importante. Pide, simplemente, que alguna vez le diga por cualquier medio,
un mail, un whatsapp, un papelito sobre el escritorio, algún comentario sobre
su desempeño, sin importar que sea positivo o negativo.
Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, ha inventado una
palabra para describir la situación de este empleado. Es el ninguneo. "El
ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno",
define el escritor. Encaja perfectamente en la situación descripta, que se
repite con demasiada frecuencia en los ámbitos laborales. De algún modo, es una
cuestión tan misteriosa como la existencia de la Biblioteca de Alejandría. En
el reino de los números, como es una empresa, se mezquina un recurso gratuito efectivo y motivador como la palabra.
Desde cualquiera de ambos enfoques, se trata nada menos que
otorgar identidad. Está claro que ninguno de los extremos, utilizado en forma
excesiva, da resultados. Es decir, un elogio permanente, como pregonaba la
Escuela de Relaciones Humanas, termina devaluando el discurso. El señalar
únicamente los errores, sin tratar de mejorar la situación, es mobbing laboral.
Por esto mismo, es necesario el equilibrio.
En verdad, podría utilizarse una receta escolar. Mediante una
libretita, anotar cuántas veces un jefe o jefa realiza un comentario del propio
trabajo en el mes. Entonces, siguiendo la línea de cuantificación, se sabrá a
qué se debe esa incomodidad sorda de sentirse ninguneado. Y el mismo método
podría utilizar quien supervise, marcando cuántas veces ha dirigido la palabra
a cada uno de la dotación a su cargo.
Parece un recurso infantil, pero es efectivo a cualquier
edad. La cuestión del reconocimiento,
como el aire, es vital para seguir existiendo. El autor de la carta
concluye: "Mi productividad estaba por las nubes, no me inventaba
enfermedades para ganar un día libre [.] pero como veo que te da exactamente
igual, no te preocupes, que a partir de ahora también me dará igual a mí".
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