Por Pilar Jericó, Executive President BeUp, Inspirational speaker and writer. Madrid, España.
La
vida es cambio, pero el cambio nos asusta. A veces dan ganas de sumarse a la
reflexión de Mafalda: Que el mundo se pare que yo me bajo. El
origen de este malestar hay que buscarlo en la biología.
Según Eudald
Carbonell, codirector de las excavaciones de Atapuerca, nuestro cerebro es
el resultado de dos millones y medio de años de evolución. Llevamos mucho
tiempo viviendo en cavernas y muy poco en ciudades. Esto significa que tenemos
“codificadas” respuestas automáticas para responder con éxito a las amenazas de
aquel entonces. Si ahora vemos un león suelto paseando por una calle, nuestro
cerebro no se pondrá a elucubrar de qué raza es; sencillamente, nos dirá que
salgamos corriendo para ser más rápidos, no que el felino, sino que el que
tenemos al lado (también está la otra alternativa de quedarnos congelados, para
que no nos vea).
Sin embargo, estos circuitos tan
maravillosos que nos han permitido llegar hasta aquí como especie, no están
preparados para afrontar amenazas más sutiles, como la digitalización, los
cambios de regulación de un sector o la posibilidad de quedarnos sin empleo. Estos
miedos son nuevos, evolutivamente hablando, y no siempre nos apañamos bien con
la transformación. Recordemos una máxima importante: nuestro cerebro está
pensado para la supervivencia, no para la felicidad. Así pues, ante el cambio
tenemos que ingeniárnosla para navegar por él, entenderlo como oportunidad y
aprender de sus posibilidades. Y esto no es tan automático como salir corriendo
ante una amenaza, requiere esfuerzo, entrenamiento y salirnos de los miedos que
nos atenazan.
La
gestión del cambio es más difícil que nunca, pero más fácil de lo que está por
venir. Por una
razón muy simple: la velocidad. Para hacernos una idea de la magnitud, hace 10
años teníamos quinientos millones de aparatos conectados a internet. El año que
viene se prevé cincuenta mil millones y en una década, un billón. Así pues,
estamos solo al principio. Por no hablar de lo que nos depararán la
inteligencia artificial, la criopreservación de nuestros cuerpos, los avances
en la genética o los viajes por el espacio. Estamos solo al principio de un
tsunami que va a transformar la forma de relacionarnos, de trabajar y de vivir.
Por tanto, se avecinan más y más cambios…
Pero
la buena noticia es que nuestro cerebro, aunque provenga de la época de
las cavernas, tiene una enorme plasticidad que le ha permitido llegar hasta
aquí y construir toda la tecnología que está revolucionando el mundo.
De manera que, tenemos margen de maniobra. Veamos cómo podemos comenzar
cualquiera de nosotros con claves muy sencillas.
Primero, es
urgente entrenar diariamente nuestra mente. Igual que hay
gimnasios para nuestro cuerpo, hemos de poner en forma el músculo del cerebro.
Todos los días, todos, hacer algo diferente. Leer fuentes de información
distintas, ir al trabajo por otro camino, probar un sabor exótico… lo que
quieras. Pero rétate a diario con algo nuevo. El aprendizaje es el
mejor antídoto ante el miedo.
Segundo, hay
que relativizar lo que nos ocurre. Un buen método es, paradójicamente, leer
historia. Necesitamos darnos cuenta de que, aunque vivimos en el tsunami del
cambio, precisamente todos esos avances nos han permitido incrementar nuestra
esperanza de vida, no sufrir por posibles epidemias o por guerras
mundiales. En la medida que tomemos perspectiva, podemos entender la
parte amable.
Tercero, aplicarse
dietas para desdigitalizarnos. Por mucha velocidad que nos
rodea, necesitamos encontrar la conexión con nosotros mismos y con los que nos
rodean. Si vivimos siempre expuestos a los impactos de internet, no tendremos
tiempo para integrar el aprendizaje y para encontrar los oasis necesarios de
una cierta tranquilidad. Por ejemplo, un fin de semana se puede dejar
el móvil o ponerlo en modo avión.
Y
cuarto, confiar. Al final, de todo se sale, mejor o peor,
pero se sale. Lo que nos agobiaba hace años, como los exámenes,
enfrentarnos a un conflicto difícil… ahora lo miramos de una manera más amable.
Si hemos sido capaces de sortear situaciones difíciles, ¿por qué no vamos a
poder hacerlo con lo que tenemos entre manos?
Por
ello, en la medida en que confiemos, mantengamos la curiosidad y el
aprendizaje, sepamos relativizar y creemos espacios de paz, podremos encontrar
recursos para contemplar el cambio de una manera más positiva y constructiva.
El
presente artículo ha sido publicado en el diario El País de España y en este
espacio con expresa autorización de la autora.
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