Por Guillermo Ceballos Serra
¿Y si no es la tecnología lo que nos reemplaza,
sino los malos hábitos que transmitimos?
Un pensamiento que vale la pena hacerse en
tiempos donde solemos culpar a la tecnología de todos nuestros miedos.
En los últimos años se ha instalado una conversación recurrente: “la inteligencia artificial nos va a reemplazar”, “los robots ocuparán nuestros trabajos”, “la automatización hará obsoletas muchas profesiones”. Y aunque es cierto que la tecnología está transformando la manera en que trabajamos, tal vez no sea esa la mayor amenaza. Tal vez lo que realmente puede debilitarnos como profesionales y organizaciones son los malos hábitos que transmitimos y normalizamos cada día.
El poder invisible de lo cotidiano
Lo cotidiano tiene un poder silencioso, casi
invisible. Son esos pequeños gestos, casi imperceptibles, los que terminan
marcando la cultura de un equipo.
Un nuevo colaborador puede llegar lleno de
entusiasmo, con ganas de aprender y aportar. Pero si observa que las reuniones
siempre empiezan tarde, que las tareas se postergan o que no se escucha con
atención, poco a poco se adapta. Y lo que en principio eran excepciones,
terminan convirtiéndose en reglas no escritas.
La cultura no se escribe en los valores de la
pared, se vive en los hábitos de cada día.
Los hábitos negativos son contagiosos: la
procrastinación, la apatía, la falta de compromiso. Pero lo mismo ocurre con
los positivos: la puntualidad, la escucha activa, el agradecimiento, la
colaboración genuina.
Un saludo amable, un “gracias” sincero o un
gesto de apoyo pueden parecer detalles pequeños, pero tienen un efecto
multiplicador. Esos actos cotidianos construyen confianza, alimentan la
motivación y refuerzan el sentido de pertenencia.
Los malos hábitos se multiplican en silencio, pero también los buenos.
La cultura de una organización no se define solo en un documento de valores corporativos, sino en lo que hacemos cada día cuando nadie nos observa. Ahí, en lo cotidiano, es donde realmente se juega el futuro de un equipo.
Liderar con el ejemplo
Los líderes tienen una influencia determinante
en este proceso. Las personas no siguen discursos, siguen ejemplos.
Un líder puede hablar de compromiso, innovación
y trabajo en equipo, pero si no lo refleja en su comportamiento diario, esas
palabras se vacían de sentido. En cambio, cuando un líder escucha de verdad,
cumple lo que promete y reconoce los logros de su gente, inspira más que
cualquier manual de cultura.
Cada gesto educa: los equipos aprenden más de lo que observan que de lo que escuchan.
No se trata de ser perfectos, sino de ser coherentes. De entender que cada acción diaria, por pequeña que parezca, tiene un impacto en quienes nos rodean.
La semilla que sembramos
Cada acción es una semilla de cultura. La
pregunta es: ¿qué estamos sembrando hoy?
- Si sembramos desconfianza, cosecharemos
individualismo.
- Si sembramos indiferencia, cosecharemos apatía.
- Pero
si sembramos gratitud, compromiso y empatía, cosecharemos motivación,
confianza y resultados sostenibles.
Lo que sembramos en lo cotidiano es lo que
florecerá en el futuro de la organización.
La tecnología seguirá avanzando, y seguramente
reemplazará tareas y procesos. Pero lo que nunca podrá reemplazar es la
calidad humana que somos capaces de transmitir en nuestras interacciones
diarias.
Peter Drucker decía que “la cultura se come la estrategia en el desayuno”. Hoy podríamos agregar: la cultura también se come a la tecnología. Porque ni la mejor estrategia, ni la innovación más avanzada, sobrevivirán en una organización donde los malos hábitos gobiernan el día a día.
Una invitación a reflexionar
Quizás la pregunta más importante no sea si los
robots ocuparán nuestro lugar, sino:
¿Qué hábitos estoy transmitiendo hoy a quienes me rodean?
El futuro de nuestras organizaciones no depende
solo de los avances tecnológicos, sino de la cultura que construimos a través
de nuestros comportamientos.
Lo que transmitimos hoy es la cultura que
viviremos mañana.
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